miércoles, 11 de agosto de 2010

Tres días, Gilberto Giles Márquez

Fue esa sumisión la que dispuso que tu risa escapara y se quedara quieta en el cajón de la tristeza.
Fue esa desgraciada desazón la que nos empujo al viejo vicio de ser sin estar o estar fingiendo ser.

Nos esforzamos en salir de ese vacio lúgubre, nos rompimos el alma y la razón sólo para darnos cuenta de que la justicia no entiende de sufrimientos ni de amores, nos quedamos solos.
Charlas nocturnas quedaron embarradas melosamente bajo el árbol de nuestras noches, la hamaca queda muda y fría. Tus flores cabecean en un sopor interminable y las palabras apagan el brillo de nuestras entregas.
¿Recuerdas? Al cobijo de esas hojas, en el calor del verano, cuando llegabas toda a mi encuentro, cuando resbalaba por tu cuerpo ese vestido de manta delgado y semi transparente que tanto nos gustaba -decíamos que era mas fácil- ese, que con tanta liviandad y sin el menor pudor dejaba entrever tus macizas piernas, el mismo que me ofrecía tus hombros a granel, ese que te ofrecía completa a mis brazos. Tu cuello, tus párpados, tus jugosos y rosados labios desencadenaban mis ansias, mis ganas, me sudaban las manos y comenzaba a crecer, me tensaba, me imbuía de ti en mí.
Sé que recuerdas mis temblorosos dedos recorriendo tus costados, sé que extrañas mi voz agitada y húmeda recorriendo tus mejillas. Siento todavía en mi oído esa voz dulce diciéndome débilmente que no siguiera, que no estaba bien. En ese momento cuando el vestido llegaba hasta el punto de no poder subir más, en ese instante tus pocas fuerzas caían junto con tu pataleta; tu cuerpo y tus piernas temblaban y se aflojaban, me abrían el camino. Y bruscamente con la fuerza de la desesperación y el deseo mezclados entraba, me recibías, gritábamos y nos agitábamos nos poseíamos, nos aferrábamos el uno al otro hasta que las uñas se quejaban, hasta quedar lisos, jadeantes, sudorosos.
Te acurrucabas en mi pecho, náufragos de dios y de leyes tendíamos nuestro placer en el pasto cobijándonos solo con nuestra incertidumbre y nuestros planes.
En ocasiones, a cierta hora crepuscular, junto a la ventana, cuando la tarde es solo para otros, cuando uno se sumerge en sí mismo, pienso y repito como imbécil el fatal ¡así lo quiso!, renegando de vivir, rogando no existir, es cuando me doy cuenta que bebo el vapor escupido por la tetera del silencio sentado en este sillón viejo, cansado ya de tanto cargar con mi lastre que a estas alturas pesa más que yo.
Tardes rojas y mañanas frías, noches largas y pesadas que este infeliz ha sufrido gracias a que ningún corazón ha sufrido tan fiel y devotamente como el mío tu tan inmisericorde y humana flaqueza. No quiero hacer de esto un drama ni ponerme como protagonista, es solo que los recuerdos pesan y no pasan, es solo que abrí de tajo mi capullo y salí a buscarte
Disculpa si persisto en esto del pasado pero al abrirla me pregunté si en realidad no recuerdas cuando te extendía estos mullidos brazos entumidos por el tiempo y te entregabas a ellos y era tan dura la simple idea de vernos separados que vaciabas tus confidencias en mi con un suspiro, ¿en realidad no lo recuerdas?, ¿Por qué no me contestas?
¿No recuerdas cuando dormías ahí, bajo el calor de la mirada de este que te habla?
Te observaba, tus gestos, tu cabello, te sentía mía y cuanto más te veía más fuerte se volvía el deseo de verter mis fantasías en la boca de tus sueños encerrándolas con tus pestañas para toda la vida con el único fin de saber que cada que parpadearas las vieras. Me vieras.
Esta verdad que transpira y se eleva, me hiela el alma y ésta, mi realidad tan terca, vuelve a rogar tu piel, vuelve a pedir el aroma que inundó mi espacio, que impregnó mi piel, una y mil veces nos probamos, en la hamaca, en mi cuarto de alquiler, en el sillón que hacia las veces de cama y comedor, en los parques, baños públicos, estacionamientos, hoteles, calles y bosques fueron testigos de tus gemidos y escuchas de nuestro placer.
Suena el teléfono y la página del libro en turno se regresa, se revela a seguir adelante, a darse vuelta y me atrevo a comparar ese detalle con lo nuestro, se que ni siquiera imaginas mi estado y mi agonía, no me gusta la autocompasión pero el sentimiento me rebasa, me desborda. Brota a presión el geiser de mi sangre seca, deshidratada por tu cuerpo ardiente. Esponja de almas.
Ayer apenas en un beso le robábamos silbidos al viento, encerrábamos entre mordidas y lengüetazos los gritos del silencio, quedando entre tus formas mis besos y mis huesos trenzados contigo, pegados. La primavera va pasando con su saco repleto de flores y llega el verano, avanza entre ríos y montañas, días sordos, pasos tercos, vida perdida convertida en vino. Un ancho y redondo resplandor entra por la ventana y me despierta, dolor de cuerpo, dolor de cabeza, dolor de Shakespeare, del ser y no ser. Ahora lo entiendo. Paneo mi cuarto curtido y sucio, el descuido y mis suspiros no lo dejan ser, libros por todas partes, colilla sobre colilla, botella sobre botella, pasados presentes amontonados en un rincón junto a la litografía daliniana de un tigre a punto de caer sobre una mujer y devorarla o hacerle el amor, no se sabe. Mis pupilas lastiman mis ojos y tu recuerdo estalla de una forma fulminante, solo para dar paso a un día más de sobrevivencia ermitaña. Desde que pasó todo esto siempre me levanto así desganado y con dudas, preguntándome si en realidad no recuerdas nada, satisfaciendo mi estúpido consuelo imaginándote igual que yo, todos los días es lo mismo, esclavo de mis actos, de los que hasta hoy no me arrepiento, todos los días, se que todos los desgraciados días vendrán asi, tengo que pagarle hasta lo ultimo a la costumbre.
En realidad créeme que todos los días trato de no repetir nada, pero me aplasta, me asfixia el recuerdo de verte en el umbral de la iglesia, altiva y bella, generosa como siempre. Pasaste junto de mí, estoy seguro que el olor de tu perfume favorito te lleno el olfato pero no volteaste, quiero pensar que fue porque nadie debía enterarse de mi presencia. Llegaste al altar, me imaginé junto contigo, pasó todo en un instante dijiste “sí” y mi esperanza se esfumó en un aletazo. El negocio entre familias consumado, novela de tres pesos.
En la recepción pude arreglármelas para hacerte llegar mi recado y mejor aún, llegaste. Al fin solos
- pronuncié- aunque no en la circunstancia más halagadora. Me callaste con un beso y ahí, parados, tu vestido ahora de novia, pulcro y blanco volvió a ceder a mis manos y volví a entrar, volvimos a agitarnos entre escobas, cubetas y olor a cloro.
¿Por qué lo hiciste?, siempre he pensado que esa fue la peor forma de despedirme, ¿premio de consolación? Enseguida y sin palabras diste vuelta y saliste. Nunca deben saber por qué la novia llegó tarde a partir el pastel, arreglándose el pelo y ruborizada, menos él, que la observaba como queriendo adivinar de dónde llegaba su ahora esposa. Lo partieron con el rostro sombrío, serio, de poeta optimista.
Hablando solo, pidiéndote que trates de recordar, que me contestes aunque sea un poco, que me digas algo, que trates de que el tiempo no se coma todo esto, no te quedes en blanco, por favor, dime algo. ¿Que ni siquiera recuerdas cuando te deshacías en lágrimas jurándome que nunca íbamos a llegar a esto?, ¿no recuerdas las noches en que el teléfono se cansó de tanto hablar de los dos?Hace tres días te traje, hace tres días que estás otra vez conmigo, pareces dormida, pálida, tus labios color violeta siguen sin hablar, perdona tenía que hacerlo. Tres días llevas así, sin responderme nada, sin comer ni tomar nada. Te comento que no ha salido el sol, el viejo invierno va muy lento, le duelen sus reumas, sigues sin abrigarte, se enfrió tu té y la tetera ya no silba, ya no hay vapor desde hace tres días. ¿Te estarán buscando?, ¿te ama tanto?, ¿no crees que ya tardó mucho? Tres días llevo hablándote amor mío ¿Qué hacemos? El árbol ya no existe, murió, hace tres días que murió. ¿Lo recuerdas?

1 comentario:

  1. Felicidades Gilberto, no cabe la menor duda que la vida siempre encuentra la manera de corresponder a los talentosos/as que no claudican en su deseo de compartir con la humanidad su forma de ver la vida (quien tienen talento no necesita decirlo ni que se lo digan). SCRICH

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