miércoles, 11 de agosto de 2010

El huerfanito, Fernando Hernández Almaráz

Siempre fui un tanto opaco, se podría decir que, incluso, gris; mi ambición más grande era vivir en una cabaña apartada del mundanal ruido de la ciudad, cerca de un río, para vivir de la pesca y la cacería de animales que fueran a beber, es decir un hombre mediano con las ambiciones que la televisión le permitía vislumbrar en sus pequeñas fugas de libertad.
Mi empleo en una oficina gubernamental me daba espacio para regodearme en este pequeño sueño, y el ocio propio del empleo me procuraba oportunidad de otros vicios más reales y no menos placenteros, convencido muy a mi pesar de que el destino se empeñaba en jugarme malas pasadas, decidí no someterme al amor de mujer alguna, mis necesidades sexuales las satisfacía con prostitutas con las que no volvía a tener ningún contacto.
Así, mientras esperaba mi liquidación, cada quincena realizaba un pequeño rito de renovación que consistía en pasearme por las calles del centro en busca de alguna puta. Siempre una distinta y las había de todas las edades y condiciones, viejas, gordas y asquerosas, jovencitas, casi niñas, de cara angelical, rubias, morenas, negras, altas, chaparras, y flacas y sin embargo algo había en cada una de ellas que me atraía, con unas compasión, con otras deseo, con algunas perversión y con otras ternura; por ello no podía quedarme con ninguna, sentía que ninguna iba a poder colmar todas esas facetas que yo quería comprimir en un solo ser.
Hay un extraño pudor en las putas, cobran por anticipado antes de entrar en los cuartuchos de hotel donde trabajan, cierran puertas y cortinas, se desnudan exclusivamente lo esencial, no besan en la boca, miran hacia otra parte, mueven su cuerpo de forma monótona, no dicen su nombre y si lo dicen es falso, y sin embargo entregan su voluntad, se dejan hacer, permiten que desconocidos entren en ellas, que separen sus pliegues, que sienta quien las contrata el palpitar de su profanado sexo.
Había estado con todas y con ninguna, recuerdo haber contratado a una anciana, con la cual solo quería dormir para no sentirme sólo, pero que insistió en que no cobraría si no trabajaba, por no contradecirla le pedí sexo oral y cuando eyacule en su boca, se retiro dejando su dentadura postiza trabada en mi pene aún firme, no pude evitar la risa, pero la anciana se sintió humillada, retiro su dentadura y salió sin decir nada.
Otra, una morena costeña, me dijo, –una vez que entres en mí, jamás volverás a ser el mismo, una parte de ti, deseará no haberme conocido y la otra querrá tenerme aunque sea en el sueño, único espacio en que libremente nos entregamos a nuestros deseos–.

La miré queriendo encontrar la verdad de lo que decía, no deseaba sentirme atado a nada, le pagué y pregunté su fecha de nacimiento, esa era otra de mis locuras, con los números de su fecha de nacimiento, compraba un billete de lotería. Lo hacia desde la primera vez, no obstante que nunca gané, lo seguía haciendo.
Una de tantas quincenas, vagaba, sin decidirme, por Anillo de Circunvalación, cuando una joven despistada se me acercó, antes de que dijera algo, le pregunté cuánto cobraba,
– no sé cuánto se cobra.
– Eres nueva.
– Acabo de llegar a la ciudad y no consigo trabajo.
– Yo puedo darte quinientos pesos por unas dos horas, ¿aceptas?
– ¿Haciendo qué?
– Pues dejándote dar un masaje y después tú me das uno.
– ¿Y dónde?
– Qué ¿no has tenido ningún cliente?
– No.
– Pues yo te voy a enseñar a trabajar, acompáñame.
La conduje a un hotel cercano, tenía miedo, pero estaba decidida, entramos al cuarto y cerré la puerta, ella me miraba desde el fondo de la habitación, temblando, no te apures, lo difícil es comenzar,– le dije– extendí la mano y ella se acercó, le solté el pelo que traía amarrado como cola de caballo, era negro y sedoso, le llegaba a la cintura, le quité el suéter mientras la miraba detenidamente, rodee su cintura mientras mis manos buscaban el contacto de su piel por debajo de la blusa, comencé a desabotonarla lentamente, sin prisa, cayó la blusa, luego la falda, su cabello brillaba iluminando el descuidado cuarto, sólo entonces sentí ganas de besar, comencé por la frente, las sienes, las mejillas, el cuello, liberé sus pechos del sostén y besé dos pezones erguidos y desafiantes, volví otra vez al cuello a la barbilla y por fin, nuestras bocas se encontraron y el contacto fue suave, tibio, placentero, entonces se aferró a mí y yo me aferré a ella, como el náufrago a la balsa improvisada que puede ser un simple tronco, la levanté en vilo y la penetré de golpe, un leve suspiro escapó de sus labios, nos tendimos en la cama y comenzamos un movimiento rítmico y tranquilo, después se montó en mí y cabalgó, el pelo parecía acariciado por el viento, después del galope, se recostó en mí pecho y vi resbalar por sus mejillas dos lágrimas. Sentí miedo y me aparté, mecánicamente pregunté su fecha de nacimiento, mientras me vestía, cuando me la dijo, dejé el dinero sobre el buró y salí a toda prisa.Había llovido y una paz muy especial reinaba en la ciudad, todo parecía más limpio y más claro, el cielo era azul y las aves de un parque cercano anunciaban el nuevo día, fui a mí casa para bañarme e ir a trabajar, compré el huerfanito con la fecha de nacimiento de la mujer del día anterior, volví a mis labores cotidianas. El fin de semana, busqué los resultados de la lotería y mí billete era el número ganador, era millonario. Hasta entonces me acordé de ella, corrí a buscarla a donde la encontré la primera vez, pero todo fue inútil, ahora tenía dinero pero seguía siendo un huerfanito.

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