miércoles, 11 de agosto de 2010

Dos relatos, Roberto Lira

Olga camina sola

La nieta de la condesa rusa camina sola.
El arco indiferente de sus cejas perfectas guía su cuerpo.
Camina de prisa, con una dignidad extraña, acaso brusca.
Viene y va de la estridencia a la elegancia una y otra vez, sin cansarse. Sin darle importancia.
Pocas veces he visto al maquillaje más feliz y justo, sabe que tiene sentido, aunque no conozca varón.
Olga es hermosa para ella misma, no compite, tal vez compara, con poco entusiasmo.
No envidia.
Se ve repetida una y otra vez.
Es su propio objeto.
Sus piernas, tan largas como perfectas, se adelantan a ella.
Pretende ignorarlo pero ya siente nostalgia por la belleza que la abandonará poco a poco.
Ojos con fragmentos de bosque brillan allá, muy en el fondo, con tristeza.
Con la tristeza que mañana reconocerá en la foto de la abuela, la condesa rusa de los sueños juveniles.


El nuevo ruso

Sin abandonar el celular el nuevo ruso cree en un mundo que anoche murió.
Colecciona sueños con avidez: sueños-toyota, sueños-mercedes, sueños desecho, sueños-basura.
Huérfano, juega a que es posible algo que por mucho tiempo ignoró que existía.
Su antiguo enemigo es su nuevo anhelo y angustia.
No quiere saber que su sueño es un juego para muy pocos, del que ya, ahora mismo, está excluido.
No puede saber que él es tan solo una anécdota hilarante y cruel en la sobremesa alcoholizada de Mr. Tokohaido y Mr. Gordon.
No debe saber que su anhelo tan solo vuelve negros algunos números rojos del gángster que apenas ayer era obrero metalúrgico en Divnagorsk.
Ha logrado conducir una Van con dirección a la derecha que estorbaba en el traspatio de Mr. Tokohaido.
Su vecino lo hace en el auto que el seguro contra robo, en el mejor de los casos, restituyó a su dueño en Cd. de México o Caracas.
Por más que lo intente no puede saber que el visado al nuevo orden le demanda antes quitarse el olor a lana vieja, ajos y hormigón.
Que debe renegar de las galletas de mamá a la mañana y del te de la abuela.
Que ahora se dice “home made” y se compra en el mall de la esquina.
Que en la mesa de Mr. Tokohaido y Mr. Gordon se toma vodka solo para rematar las fiestas con las putas en Moscú.
Que los cerillos de 50 kopecs son mal vistos en el mundo libre, que los debe sustituir por un Zippo, que no es lo mismo “old fashion” que viejo aunque lo old fashion se pague a US 4 dls. por mes en Malasya. Pero lo más triste de esta historia es que a cambio de esa fantasía el nuevo ruso no pudo ver hoy, igual que ayer, que Olga caminaba sola.

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