miércoles, 11 de agosto de 2010


Omar Lemus, imagen de portada


Presentación

A diferencia del insecto díptero del suborden de los Afanípteros, esta nigua no tiene parecido con la pulga, pero sí, como las hembras fecundadas, busca penetrar la conciencia del hombre y ocasionar mucha picazón intelectual en los lectores. La nigua es una revista elaborada con sueños y palabras; es el espejo frente al que Narciso declina las tentaciones del encanto y rompe lanzas mientras quema naves. Es una Atlántida resurgiendo del proverbio en donde la intimidad pudo abolir sus actos expiatorios.Muy al norte del primer escalofrío, La nigua significa un laberinto de palabras en el que nadie se extravía. La nigua es una nueva Torre de Babel en la que no hay misterio.
Hoy partimos de cero, y el guarismo deja de ser la nulidad y se convierte en el pronóstico donde las leyes del azar dejan de ser azahares apocrífos o terracotes invictos o nidos migaratorios; es la recuperación de una espada dejada en prenda en campos de batalla inverosímiles en los que las leyes del triunfo o la derrota se reducen a dejar de ser declarativos y sin embargo declaramos una Bienvenida a los músicos, pintores y dramaturgos de la Universidad Veracruzana; bienvenido Juan José Macías, director de publicaciones de la Universidad Autónoma de Zacatecas y poeta medio centenario; el hablar de Dios por Quetzalcóatl, biólogo de la UNAM; la consonancia de Lucía, profesora y poeta del Colegio de Bachilleres; la cadencia de la otra Lucía, igual, profesora y poeta de las pejeprepas, la superstición de Fernando llevada al pronóstico de la Asistencia Pública, profesor y narrador del Bacho seis, los colores y las formas de Omar Lemus, pintor fresnillense, que no dejan de ser un abracadabra de luz a pesar (y qué bueno) de todos sus enigmas; la terquedad casi taquicárdica del doctor Santander, (lo doctor no quita lo poeta), filósofo y escritor, una de las pocas voces creíbles de la Universidad del Valle de México; bienvenida Caludia Elisa, tu voz se escucha más allá de las paredes de la FFL de la UNAM, Roberto Brito, Gilberto Giles y Juan Manuel Bonilla Soto, todos, al unísono, esperemos, parafraseando a Claudia Elisa que "bajo tu palpitación omnipresente puedo sentir mis pupilas dilatadas, el ardor de un sueño saliendo de mi boca, el pulso magnético que guardan en su interior mis globos oculares. Una trayectoria interminable te consume por dentro, un lejano presentimiento de eternidad caracoleada".

Y para que cada quien inicie la lectura por donde mejor le plazca, en voz de Juarróz, declaramos nuesta dote creativa y nuestro presagio: «Yo no escribo —— para estar en la literatura ni competir en sus forcejeos por una reputación o un renombre, con o sin garantía de certificada permanencia. Tampoco escribo para depositar mi ofrenda en el ara de ese ídolo que se ha impuesto a todos los demás: el éxito. No escribo, por supuesto, para codearme con Shakespeare o Cervantes, ni para ganar dinero, posiciones políticas o ideológicas, una imagen cotizada en el mercado o la aureola de lata de la crítica y las tesis universitarias».
Índice

Antonio Porchia y Roberto Juarroz
Juan José Macías

Muerte, mito y poesía
Roberto León Santander

Arte e ideología: Modernismo y Posmodernismo

Ricardo Mendizabal

El huerfanito
Fenando Hernández Almaraz

Corporación cabeza
Quetzalcóatl Escalante Covarrubias

Dos relatos
Roberto Lira

Ojos negros, piel canela
Juan Manuel Bonilla Soto

Tres días
Gilberto Giles Márquez

La llama azul
Claudia Elisa López Larenas

Dos poemas oníricos
Ana Lucía Ponce

Mina de sol
Lucía García Espinosa de los Monteros

Recuerdo, no olvido
Roberto Brito


DIRECTORIO
La Nigüa, Letras desafiantes

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Director General

Roberto León Santander
Presidente

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Editora

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Coordinador de Diégesis

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Coordinador de Corto y Confesión

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Coordinación de Se hace camino al andar

Coordinación de fotografía

Consejo Editorial
Juan Manuel Bonilla Soto, Roberto León Santander, Miguel Ángel Sánchez, Juan José Macías,
Miguel Ángel Jiménez Robledo, Sergio Ramos, Ana Lucía Ponce, Lucía García Espinosa de los Monteros, Martín Zapata, Quetzalcóatl Escalante Covarrubias, Luis Fernando Lozano, Pedro Hernández Morales, Juan Carlos Jara, Gilberto Giles


Consejo de Colaboradores
Claudia Elisa López Larenas, Roberto Brito, Fernando Hernández Almaráz, Isaí Moreno, Omar Lemus, Rosaura Palafox, Luis Fernando Lozano, Sergio García, Ricardo Mendizábal, Roberto Brito, Roberto Lira, Dolores Ortiz, Ernesto Friche, Luis Avelar González, Maximiliano Licón Carrillo, Arturo Burciaga, Julia A. Palma, Martha de Jesús, Baltazar Castañón, Francisco Bravo, Néstor Manuel Trujano, Gonzalo Martínez Villagrán, José Félix Bonilla García, Enrique Cerón

Consejo consultivo
(En construcción)

Revista cultural, Año 1, No. 1
Primavera-Verano 2010
Página web: http://lanigualetrasdesafiantes.blogspot.com
e-mail: nigualetras@gmail.com
El Molino, Iztapalapa, D.F.
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Un ángel dual de corazón pensante, Juan José Macías

Antonio Porchia y Roberto Juarroz:
Un ángel dual de corazón pensante

Ser alguien es ser alguien solo. Ser alguien es soledad
A.P.

Nadie se compromete salvo con aquello en lo que cree reflejarse o con aquellos con quienes desea reconocerse. No se trata en mi caso de semejanzas ni de aproximaciones, de eso que impulsó a Jean-Paul Sartre a hablar de Baudelaire o a Henry Miller de Rimbaud. Qué más quisiera que encontrar vecindades de tipo existencial, poética o moral entre lo que a mí obedece y dos poetas a los que juzgo afines, sí, pero entre ellos, muy a pesar de sus diferencias esenciales: Antonio Porchia y Roberto Juarroz, dos poetas idénticos cada uno a su propia manera de vivir, dos solitarios que a partir de conocerse sólo «trataron de acompañarse», para utilizar la sensible norma incansablemente pronunciada por el autor de Voces.
La pasión que pusieron Sartre y Miller al escribir sobre Baudelaire y Rimbaud,[1] es la misma que se muestra en las palabras de Roberto Juarroz en ocasión de hablar de Antonio Porchia. Y es que cada uno habló de su poeta como si hablara de sí mismo; como si no hubiera distancia de ninguna clase entre uno y otro, al grado de hacer de una biografía una autografía: « ¿He hablado de Porchia o he hablado de mí?», se preguntará Juarroz al final de su postfacio a Voces, en un momento que conviene —por probidad— juzgar de extrema lucidez. ¿Se preguntarían lo mismo Sartre y Miller al cabo de sus indagaciones, de sus reflexiones, en torno a la vida y obra de ambos poetas franceses? Pero a diferencia del novelista y del filósofo que conocieron a su poeta a través de las confidencias que tanto Baudelaire y Rimbaud hicieron sobre su persona, de su correspondencia con amigos, de sus notaciones al margen de su obra; que conocieron, quiero decir, a su poeta a través de esa manera otra de vivir que es la lectura, Juarroz conoció personalmente a Porchia, conoció su forma de pensar, su manera de tratar con el mundo, su forma extraordinaria de estar en el mundo: «Quienes estábamos con él, sentíamos al hablar que cada palabra se volvía profunda por su atención ilimitada. Su forma de escuchar parecía crear la profundidad en sus acompañantes. Y cuando él hablaba, teníamos la sensación de que lo hacía ya “desde el otro lado”, que por otra parte se volvía entonces infinitamente próximo, mucho más que este lado».[2]
Juarroz no infirió a Porchia: lo vivió. Juarroz tuvo la fortuna de toparse en la vida con ese espíritu afín que Baudelaire encontraría en Poe, Rimbaud en Baudelaire, Miller en Rimbaud, Sartre en Baudelaire, mediando entre ellos una distancia temporal y en ocasiones geográfica. Pero en el caso de Porchia y Juarroz, esas distancias fueron anuladas por las bellas costumbres del azar. Se hicieron acompañar sin abolir del todo la propia soledad que decidieron asumir cada uno por distintas razones. Porchia —soltero por siempre— para no comprometerse, para no comprometer. Juarroz, porque creía que el azar es la mano más segura: se ofrezca incluso en sus aspectos de desorden, de causalidad e irónico designio. Solitarios, porque no encontraban espacio en las instituciones ni en los grupos de intelectuales a los que por ninguna y obvia razón pondrían al cuidado su sensibilidad, su aprendizaje y su destino. Solitarios, pero aliados en ese margen que la libertad y la soledad abren —la soledad que ayuda a la reconciliación con uno mismo y hace de nosotros seres más genuinos—. Solitarios, en el caso de Porchia, rumbo a la amistad con la mujer más lejana, aquella que nos es arrebatada y que sufre con nosotros la pérdida de jamás comenzar.
Y es que uno pierde el mundo por ganar el amor: el amor que nos hace a la vez reconquistar el mundo. El amor al prójimo en el cual a veces es posible creer. Pero en todo momento el amor a la poesía y a la vida que parece ser nada cuando uno quiere ofrendarla, de pronto esté uno dispuesto sin embargo a pensar que sólo merece vivir quien no tiene corazón. Extraña frase ésta cuando que, por una idea romántica, es gracias al corazón que vivimos; el corazón que golpea fuerte e insistentemente a las puertas del porvenir porque desea seguir viviendo. Pero si pensamos en Baudelaire y Rimbaud, no siempre es así. Viviendo en los extremos, ellos dejaron de tener un corazón para el mundo que pronto o más tarde descubrirían que en nada los comprometía, siquiera con su propia soledad a la que fueron arrojados. Ambos coincidentemente por su propia madre la que, para Baudelaire, representaría una traición al saberla casada de nueva cuenta poco tiempo después de su viudez; y la que, respecto a Rimbaud, personificaría la autoridad. Nunca desearon estar solos. Y, sin embargo, por fatalidad lo estuvieron. Contrario a ellos, Porchia y Juarroz escogieron paradójicamente la soledad por exigirse más bien una relación con lo otro: el silencio, la poesía. «Con él aprendimos —aceptará Juarroz al referirse a Porchia— cómo la soledad puede llegar a ser lo contrario al aislamiento y también la condición vertebral de una obra.»[3]
Solitarios, entonces, como en ocasión de hablar con uno mismo, muy poco se sabe de su vida, al menos no en la forma como se sabe de aquellos que han perdido su obra al ganar una biografía. No es el caso por supuesto de Rimbaud y Baudelaire. En ellos vida y obra son de igual modo perturbadoras y fascinantes. Rimbaud termina por tener el rostro de sus visiones: concibe el infierno a la postre padecido por él. Baudelaire crea con sus rencores las flores malditas que lo coronarán como el más grande poeta de su tiempo. Dieron mucho de qué hablar, para jamás ser olvidados. Porchia y Juarroz en cambio tuvieron una vida para vivirla. Tuvieron una obra... que es toda su biografía.
Al margen de grupos de poder, de las legislaciones culturales y sus tendencias dominantes, de los círculos y grupúsculos literarios, crecieron y marcharon solos, sin relación estrecha con «los grandes hombres». No por orgullo, sino por pasión a un heroísmo más bien casi imposible que ausente, y con un proyecto afín: ser escritores sin antes pensar en volverse ilustres, poetas verdaderos por cuanto poetas clandestinos, o mejor: demiurgos que entregarían al poeta sus poderes sagrados con los cuales borrar para ellos algunas zonas del mundo: demarcaciones a las que no les permitieron ingresar, o en las que ellos no se permitieron ingresar por ese heroísmo casi imposible de ser uno consigo mismo, y que en tales zonas ya no cabe con uno y sus pensamientos. «Yo no escribo —admitirá Juarroz— para estar en la literatura ni competir en sus forcejeos por una reputación o un renombre, con o sin garantía de certificada permanencia. Tampoco escribo para depositar mi ofrenda en el ara de ese ídolo que se ha impuesto a todos los demás: el éxito. No escribo, por supuesto, para codearme con Shakespeare o Cervantes, ni para ganar dinero, posiciones políticas o ideológicas, una imagen cotizada en el mercado o la aureola de lata de la crítica y las tesis universitarias».[4] Pensamientos contrarios por fortuna al pensar general: fama, reconocimiento, dinero y, por añadidura, seguros de vida y de enfermedad, pensiones de vejez y lo mejor: pasarela de individuos de gran estilo hacia la posteridad. Así veo a Porchia y a Juarroz a través de lo poco que se ha dicho de ellos: dos Robinson Crusoe en su isla imposible, solos con su vida y sus pensamientos, con sus problemas fundiéndose y disolviéndose, con los ligámenes rotos respecto de la cultura dominante, pero en acuerdo con ellos mismos. Los veo a través de su poesía. Una poesía en la que se percibe claramente la experiencia del pensar. Una poesía de corazón pensante; de corazón contradictorio donde la verdad es siempre fugitiva. Y también: una poesía a contracorriente o en franca contradicción con la actividad moral en curso. Así admitió Breton de Porchia y es imposible no admitirlo a la vez de Juarroz. Poesía de principios morales refractarios de lo ya consignado, lo ya probado por la razón práctica del tipo «debo o no debo», o del tipo «lo que es bueno es bello y no puede surgir de aquello que se le opone». Pero, sospechamos: lo bello es cosa terrenal (la belleza es amarga y precaria) que adviene también en su opuesto de consunción: lo pútrido. No lo creía así Platón, de cuya creencia que viene de antiguo, que de tan antiguo parece eterna, aún no hemos podido alejarnos lo suficiente en dirección opuesta a ella: «lo bueno es siempre útil y agradable». Creencia temerosa de emparentarse con lo que se reputa como malo, como la moral que la origina. Creencia: fe: instinto. Platón creía, tenía fe en su razón y obraba por instinto. Pero acaso él no lo veía de esa manera. No creía en las creencias, no tenía fe en la fe, y sólo daba razón a la razón. Habría que esperar a que un «filósofo del peligro» como Nietzsche llegara al convencimiento de incluir —tal vez por ello— «entre las actividades instintivas la mayor parte del pensamiento consciente, incluso el pensamiento filosófico».[5] Su enseñanza: el valor preferente de los impulsos vitales sobre la razón y la subversión de todos los valores.
En su poética Juarroz no haría otra cosa. En su idea de verticalidad, el signo ascendente del pensamiento y el signo descendente del instinto, no los observa de manera antitética. Esa línea, ese movimiento que va de arriba hacia abajo tiene para él un punto de rebote, efecto por el cual lo que está abajo (vida, naturaleza, fracaso, prueba) alcanza lo que está arriba (pensar, soñar, crear, escribir). Porchia, a su manera, dirá que El hombre es aire en el aire y para ser un punto en el aire necesita caer. Sabía, como Juarroz, que en la caída está la elevación. Ya tendremos la oportunidad de ahondar sobre este punto. Importa por el momento insistir sobre la libertad en la que se movían dos poetas cuyo pensamiento alcanzó una elevación con hondura, con profundidad, con vocación de abismo, gracias a esa libertad que se concedieron o a la que se autocondenaron en la consecución del ser propio y del propio hacer, ambos valores supremos de la actividad humana: ser y hacer (o, en términos heideggerianos: ser y construir, donde construir adviene habitar). Ser, entonces, se finca en el consentimiento o la libertad de elegir un hacer, esto es: un hacerse. Podríamos entonces decir: hacer es destino. También podríamos por oposición decir que igualmente el no-hacer es destino, pero el no-hacer no es propio del hombre, en tanto que el hombre no hace más que hacer. No somos dioses, somos mortales, de ahí que no podamos, como los dioses, reabsorbernos en la no-acción. El no hacer, supo ser a Dios, escribiría Antonio Porchia.

No he querido sino dejarme guiar, en este libro, por el impulso instintivo de construir un discurso que obedezca a la estructura social de muchas almas (más tarde vendrán Heidegger y otros a prosperar en esto que ahora cuento): digresiones, rodeos, desvíos, en este empeño mío —irresistible— de hablar de Antonio Porchia y de Roberto Juarroz, con la imposibilidad de hacerlo tal y como lo llevaron a cabo Miller y Sartre alrededor de Baudelaire y Rimbaud. El novelista y el filósofo hablaron de su poeta desde adentro, como una forma otra de ser confesionales, hablando de sí mismos como si de otros hablaran, como buscándose y sorprendiéndose al mismo tiempo de verdaderamente encontrarse en sus poetas, algunas veces con los ojos del crítico literario, otras con la mirada objetiva y pasmada del filósofo, pero sobre todo no queriendo hacer de las obras y de los autores una cosa, sea para incluso exagerarla y hacerla más visible ante sus propios ojos. Una obra y la vida de su autor no son cosas, son asunto de vida, siquiera se trate de una re-creación, de un volver (a) hacerlas y traerlas a un espacio sin tiempo: la escritura. No a la manera de Platón que, como diría Nietzsche, «recogió a Sócrates del arroyo, tan sólo como un tema popular, como un estribillo del pueblo, para hacer partir de él infinitas e imposibles variaciones, es decir, prestándole todos los disfraces y complejidades personales».[6]
Miller y Sartre no están, como Platón respecto de Sócrates, por delante ni por detrás de sus poetas. En estos libros excepcionales: El tiempo de los asesinos y Baudelaire —que son algo más que una biografía, más que un ensayo literario, que un estudio sobre la poesía y la vida de este ángel dual que encontró la elevación en la caída— están presentes los enojos, las pasiones, los asombros de dos escritores que se confunden como en un especie de autoanálisis con el tema que tratan, sin desaparecer detrás de lo que revelan, todo lo contrario: se siente la presencia casi física de ellos en sus palabras, como si lo que revelaran fuera su propia vida, engarzada a las lecturas de sus poetas, no hechas por analistas sino por clarividentes.
En lo que a mí obedece, insisto, sólo he querido en este libro romper a hablar. Hablar de Porchia y Juarroz bajo el supuesto de que me aluden por el lado más secreto de su obra, o por la parte que aún es para mí un misterio respecto de lo que a ellos me vincula. En el fondo lo sé: creo, con Juarroz, que no se puede hablar de lo que amamos sin hablar de nosotros mismos. Sé que su poesía —cuyo poder de azogue refleja su posición ante la vida— es la que me ha llevado a indagar alrededor de quienes considero dos poetas que se ayudaron a cumplir un destino. No es casualidad: hablar de Roberto Juarroz es naturalmente hablar de Antonio Porchia. Mejor es decir: de «don Antonio«, un viejecito del que se ha dicho que poseía —pese al lugar común— una nobleza y grandeza humana extraordinarias, atributos que no le gustaba que sus amigos tomaran tan en serio. Era uno de esos espíritus a los que sonroja que se les den las gracias, del mismo modo como acaso asombra saber que disponen de alma. No se trata aquí de ensalzar por gratuidad a quien por muchos se sabe de su bondad y de su espíritu en paz consigo mismo, de su humildad y sabiduría. Como poeta y como ser humano tuvo muchos admiradores, más mostrados que secretos. Quienes en su tiempo lo leyeron a profundidad, sintieron el impulso arrollador de personalmente conocerlo. Así ocurrió con Caillois. Así con Juarroz.


Fragmento del libro: La experiencia del pensar. Filosofía y poesía en Antonio Porchia y Roberto Juarroz. CONACULTA-Fondo Regional Para la Cultura y las Artes del Noroeste, México, 2009, 104 pp. Este libro fue distinguido con el Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez, 2008.

[1] Cfr. Jean-Paul Sartre: Baudelaire, Alianza Losada, Madrid, 1984, y Henry Miller: El tiempo de los asesinos, Alianza Editorial, Madrid, 1983.
[2] Roberto Juarroz: «Postfacio. Antonio Porchia o la profundidad recuperada», en Antonio Porchia: Voces reunidas, unam, México, 1999, p. 146.
[3] Ibídem, p. 50.
[4] Roberto Juarroz: “Por qué escribo”, en El poeta y la crítica. Grandes poetas hispanoamericanos del siglo xx como críticos. Selección, prólogo y notas de Juan Domingo Argüelles, unam, México, 1998, p. 274.
[5] F. Nietzsche: Más allá del bien y del mal, Grupo Editorial Tomo, trad. Roberto Mares, 3ª ed., México, 2005, p. 16.
[6] F. Nietzsche, op. cit., p. 125.

Muerte, Mito y Poesía, Roberto León Santander

Según el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano, la muerte puede ser definida por lo menos de tres maneras:
a) como un hecho natural,
b) como inicio y fin de la vida y
c) como condición de posibilidad de la existencia humana, esto es, como determinación existencial de los actos humanos.

Por un lado, la muerte como un hecho natural objetivo es, en esta acepción, un hecho tan natural como el nacimiento, el crecimiento, la reproducción, etc., es un momento más de recomposición de los procesos biológicos que iguala a los vegetales y los animales con el hombre.

Por otro lado, la muerte entendida en su relación con el nacimiento, el inicio de un ciclo de vida, cabe en la concepción según la cual el alma es inmortal, que supone al cuerpo cárcel del alma (Platón) o un bien (Plotino). Como fin de un ciclo de vida, la muerte se entiende como reposo o cesación de los cuidados de la vida. Es el caso acerca del castigo del pecado original, que concluye con la vida perfecta de Adán, y la limitación esencial de la vida humana a partir del pecado de este personaje. Así, la muerte o cualquier defecto corporal, dependen del grado de sujeción del cuerpo al alma.

Finalmente, como posibilidad existencial, la muerte es la posibilidad siempre presente de la vida humana. Según el filósofo alemán de finales del siglo XIX, Wilhem Dilthey, la limitación de nuestra existencia por la muerte es siempre decisiva para nuestro modo de comprender y de valorar la vida.

Casi un siglo antes G. W. F. Hegel calificará a la muerte como el absoluto existencial. El hombre es el único animal o ser vivo que tiene consciencia: sabe que va a morir. De esta conciencia le viene al hombre su ser religioso, o sea, sin conciencia de la muerte no habría religión. El hombre religioso es el hombre consciente de su mortalidad. Si los hombres no murieran, serían dioses y no tendrían necesidad alguna de venerar algo externo y superior a ellos.

La muerte afecta y amenaza al hombre religioso en tanto que ella significa el paso ineludible a dar para alcanzar su salvación. Buena parte de los rituales religiosos está destinada a asegurar y regular las relaciones entre los vivos y los muertos, sobre un acuerdo de paz entre unos y otros: los vivos vivirán en paz, mientras los otros descansan también en paz gracias al cuidado de los primeros. En el culto funerario, los vivos buscan la comprensión de los difuntos por haberles sobrevivido. Por esto, los vivos rezan para que los muertos no vuelvan por ellos. Los ritos funerarios constituyen una afirmación colectiva de la vida, la afirmación de que ésta continúa. De ahí las ofrendas.

La reflexión sobre la muerte es un acto de conciencia exclusivamente humano: Frases tales como “no dejes que me muera”, “no me quiero morir, porque todavía tengo cosas por hacer”, son expresiones que muestran que el hombre sabe de su inevitable destino: la muerte.

La muerte del ser amado duele; este dolor nos recuerda que la vida aún no nos ha abandonado: no da lo mismo morir ahora que mañana. La confrontación es con la muerte. No sólo del que se ha ido de esta vida, o del enfermo que está a punto de irse y que no necesariamente ha de hacerlo, sino de uno mismo en tanto que testigo de un hecho que se presenta como negación absoluta de la existencia individual de los hombres y, por ende, de sus proyectos de vida.

En consecuencia, la muerte también vive: está en uno mismo; siempre lo está. El problema es aprender a hablarle, hacerla la receptora de nuestras emociones, dialogar con ella para llegar a acuerdos. En las salas de espera de los hospitales, o en los funerales, tal diálogo se facilita.

Con la muerte no se juega, o, lo que es lo mismo, tampoco con la vida. Cierto es que los muertos no hablan, pero nos acosan a todas horas. Los muertos viven en nosotros: la cultura pretérita está presente en cada uno de nosotros: “¡Le mort saisit le vif! (“¡El muerto atrapa al vivo!”), dice Karl Marx.

Esto quiere decir que, además del mundo de las cosas y las instituciones dadas históricamente, de su grandeza o de su miseria, propiamente heredadas del pasado antiguo o moderno, nos agobia toda una serie de sucesos que están presentes en la memoria colectiva de los pueblos: no sólo padecemos a causa de los vivos, sino también de los muertos. Ejemplos: los crímenes en la Plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco), en Aguas Blancas, Ciudad Juárez, Xenaló, las víctimas del narcotráfico, del ejército, de la policía, y más y más, como las atrocidades vividas en las dos grandes guerras, o las invasiones imperialistas, igual pasadas y presentes.

De todos modos, la muerte asume la imagen de una persona con la que se puede establecer un diálogo. Hablar con la muerte implica asumir una actitud mítica, pues se le personifica, se le antropomorfiza, se le atribuyen cualidades humanas: ella escucha, entiende, hasta nos contesta de repente: también habla.

Pero, hablar con la muerte también implica hacerlo no con argumentos lógicos, sino con coraje, con dulzura, con emociones que ella bien percibe. Hoy se le venera como a una Santa: la de los bandidos, sean políticos, banqueros, empresarios de la comunicación o narcotraficantes, gendarmes o soldados; pero también la hay de los pobres. Hoy las iglesias han perdido el monopolio de la intermediación dialogante.

Hablarle a la muerte con dulzura, con emociones, con alegría de fiesta, se puede. Los gravados de Guadalupe Posada son la prueba. Del mismo modo, la poesía ofrece su lenguaje para negociar, discutir con ella, para amarla si es el caso. La poesía es el arte que permite al mortal hablarle con cadencia, con ritmo y armonía, con silencios y gritos hechos palabra, escritura, y también canto. La poesía hace posible la conquista amorosa de la muerte, no obstante, según el juicio, también retarla a duelo aun a costa de sabernos de antemano derrotados.

Sin embargo, el pensamiento del poeta no se confunde con ningún mito. Su trabajo, él lo sabe, es encontrar las palabras más emotivas, expresivas, que median el diálogo entre sus personajes, no importa si míticos, y su habilidad para crear fantásticos relatos, como un diálogo entre la muerte y el médico, y el sacerdote, y el afligido, o el filósofo que mide su distancia frente al hecho insalvable de la muerte. He ahí a Jorge Manrique cuestionando si cualquier tiempo pasado fue mejor por motivo de la muerte de su padre.

Volverse ante la muerte su fiel amante, pudiera ser la finalidad de cantarle a la muerte e intentar seducirla, con la labia del conquistador que algunos seres humanos han desarrollado esplendorosamente por experiencia de la vida. Y la muerte se convierte en el último gran amor, o al menos, la gran inseparable amiga. La que tarde o temprano estará con nosotros en las buenas o en las malas para siempre.


Xavier Villaurrutia declama en NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE

Y en el fuego angustioso de un espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
en el latido de un mar en el que no sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en la orilla
siento caer fuera de mí la red de mis nervios
mas huye todo como el pez que se da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis sienes
muda telegrafía a la que nadie responde
porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.


José Martí le canta a la NIÑA DE GUATEMALA

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos
y las orlas de reseda
y de jazmín: la enterramos
en una caja de seda.

Santa Teresa de Jesús dice mística

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero,
que muero, porque no muero.
Lope de Vega en su ROMANCE AMOROSO expresa

¡No lloréis, ojuelos,
porque no es razón
que llore de celos
quien mata de amor!
Quien puede matar
no intente morir,
si hace con reír
mas que con llorar.
Si queréis vengar
los que muerto habéis,
¿por qué no tenéis
de mí compasión?

Gustavo Adolfo Becquer en alguna de sus rimas exclama

“¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!”

Manuel Acuña advierte ANTE UN CADÁVER

en medio de esos cambios interiores
tu cráneo lleno de una nueva vida,
en vez de pensamientos dará flores

Manuel Gutiérrez Nájera reclama en PARA ENTONCES

Quiero morir cuando decline el día
en alta mar y con la cara al cielo;
donde parezca un sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.

O en NON OMNIS MORIAR

¡No moriré del todo, amiga mía!
De mi ondulante espíritu disperso
algo en la urna diáfana del verso
piadosa aguarda la poesía

Y Amado Nervo clama en OFERTORIO.

¡Dios mío, yo te ofrezco mi dolor!
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor!
Me lo robó la muerte...
y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!...

Ramón López Velarde expresa su pesar en HERMANA, HAZME LLORAR

Fuensanta:
dame todas las lágrimas del mar.
Mis ojos están secos y yo sufro
unas inmensas ganas de llorar.

Yo no sé si estoy triste por el alma
de mis fieles difuntos
o porque nuestros mustios corazones
nunca estarán sobre la tierra juntos.


Delmira Agustini en LO INEFABLE pregunta
.
Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrazaba enteros y no daba un fulgor?

Pablo Neruda en FAREWELL confiesa

Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera,
los marinos besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.

En 1968 Roberto León Santander reflexiona

El lobo mató al cordero
y hoy sus hijos comen pan
Para vivir es necesario comer
Los hijos del lobo tienen derecho a comer
aún a costa de la vida ajena

Luego entonces, los hijos del codero tienen derecho a comer para morir

Para 1971, en memoria de un 2 de octubre, toma en sus manos la muerte y la desea con fervor y coraje

En mis brazos tengo su cuerpo
tan frío que hiela mis manos

Mi hermano ha muerto

¡Lo mataron los soldados!

Quiero gritar y no puedo
siento asfixiarme en mi agonía
justicia clamo al infierno
¡muerte al que cegó su vida!

Y en NUESTRA CITA sublima su soledad

…Y ahí en la soledad de nuestro exilio
te amaré
con la energía de mis besos
y el dolor de mi delirio
y en un solo beso
se perderá la agonía de mi espera
como se pierde el temor a la muerte
cuando ya se ha muerto.
Y así tú como la muerte
y así yo como ya muerto
lucharemos para vencer la vida
que nos separa
por el amor que nos reclama
y nos invita al calor de tu lecho.
Pero es la media noche ya
y yo aquí aún te espero,
aunque sé que ya no vendrás
porque tú
¡amada muerte!
te perdiste hoy
en el tiempo.

Finalmente, en MI AMIGO EL POETA hace memoria

Este zapato viejo me recuerda
el triste paso de mi amigo el poeta
……………………………….

Hoy tampoco sé si este zapato era suyo
o era mío;
lo que sí sé es que este zapato roído
me recuerda su paso lento
y la cara de estúpido que puse
cuando supe que había muerto.

La muerte es un hecho natural, el cual al volverse objeto de la conciencia, se mitifica porque se le concibe como semejante al ser humano, sólo que, a diferencia de éste, cuenta con poderes mágicos, sobrehumanos, sobrenaturales. No obstante, el poeta la toma como un ícono que da sentido a la vida humana misma, aunque también ella es, nada más y nada menos, su negación absoluta. El poeta estetitiza su relación con la muerte, la hace poesía. Pero no cualquier muerte… sólo la humana, o la que afecta intereses de cualquier índole del ser humano. Si muere el perro o el árbol, el sentimiento de abandono no lo viven los demás perros o árboles. Soberbio, egoísta, ególatra antropocentrismo: que más da… no puede ser de otro modo.

Arte e idiología, Modernismo y Postmodernismo, Ricardo Mendizábal

Quisiera empezar citando un texto que me encontré en un librero de mi casa cuando buscaba un libro de Mircea Eliade que se llama el mito del eterno retorno, y que me lo evocó la lectura de J. Picó.
“El ser humano, el hombre, dice el Estagirita, es un animal político; lo define como un zoon politikon. Por naturaleza tiende a vivir en sociedad. Para que el hombre no viviera en sociedad se requeriría que fuera algo más o algo menos que hombre; o un dios o una bestia; pero en tanto que es hombre habrá de vivir en sociedad. Si se ha de buscar la causa u origen de ese fenómeno que se llama sociedad, hay que encontrarla en la naturaleza humana. Por lo tanto, la sociedad es un fenómeno natural.
Aristóteles apoya su doctrina en fundamentos de varios órdenes. Se vale de un argumento lógico, de un fundamento antropológico y de una prueba histórica.

El argumento lógico. Él argumenta que no es posible concebir la existencia del individuo antes que la existencia de la sociedad, porque la sociedad representa el todo y el individuo es solo una parte de ese todo. Nunca es posible pensar en la existencia de una parte antes de la existencia del todo. Explica Aristóteles que no es posible que exista la mano antes que el cuerpo; por lo mismo el hombre no existe antes que la sociedad.

El fundamento antropológico. Este consiste en hacer notar que el hecho mismo, natural y orgánico, de la diversidad constitutiva, morfológica, entre hombre y mujer así como la existencia de órganos de comunicación como las cuerdas vocales etc. vienen a demostrar que el hombre no está constituido para vivir aislado, sino que por su propia naturaleza nace con la calidad de ser sociable.

La prueba histórica. La prueba histórica consiste en demostrar que cualquier indagación histórica o aun prehistórica nos conduce al conocimiento de que el hombre nunca ha existido aislado. Cualquier investigación nos muestra a las claras que siempre se encontró el hombre viviendo en vinculación con otros seres humanos. No hay ningún vestigio histórico que nos revele al hombre aislado, sino siempre viviendo en sociedad; al menos formando esa mínima sociedad constituida por la pareja humana. Todas las investigaciones de la vida del hombre llevan a la comprobación de que este ha desplegado su existencia combinando su vida con la de otros seres.
Todas estas razones llevan a la conclusión de que en la naturaleza del hombre está la causa eficiente de la existencia de la sociedad. El origen de las sociedades radica, según Aristóteles, “en la naturaleza social del ser humano.”
Así pues pensando en el hombre y por ende en la sociedad, y leyendo a los autores de la nueva escuela de Frankfurt, me doy cuenta mejor ahora de cómo ha evolucionado la sociedad a través de la historia o del tiempo, y de lo que caracteriza al pensamiento filosófico de diferentes épocas.
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A mi entender uno de los acontecimientos o fenómenos más cabrones (es decir importantes o trascendentes) que se han dado en la historia de la humanidad, por lo menos hablando de la llamada era cristiana o del cristianismo, es la Revolución Industrial, que tiene como antecedente la Ilustración europea, que a su vez proviene del mentado Renacimiento.
Este acontecimiento (la Ilustración) que revolucionó de manera importante a las sociedades europeas y occidentales, pues repercutió en América, que ya había sido invadida o conquistada por los europeos, tenía como fundamento filosófico el desarrollo de la ciencia, la tecnología y las artes a partir de la epistemología racionalista fundamentada en las matemáticas, para generar a partir de esto riqueza material y crear así una sociedad eficientemente equilibrada, justa y feliz (pero ni máiz paloma, no sucedió así).
Todas estas ideas serian encauzadas, reguladas y promovidas por el Estado a través de la política, (pero la de a de veras, no la de ahorita).
Ya desde el Renacimiento el sector civil de la sociedad había empezado a ganarle terreno a los sectores militar y religioso, y posteriormente con la paganización de las artes y el cambio que provocó el desarrollo de diferentes tecnologías, la sociedad occidental entró de lleno al mundo industrial y capitalista. (Con las nefastas consecuencias que ya nosotros conocemos y padecemos).
Juan Acha nos habla muy bien en su libro de la introducción a la teoría de los diseños sobre esta necesidad que la industria tenia de embellecer sus productos, lo que me remite al capitulo del citado libro de Picó, donde Simmel se refiere al fenómeno de la moda. Así pues surge el famoso capitalismo y con él, sus más acérrimos críticos de los cuales me parece que el más famoso fue Marx, quien plantea un modo de producción en donde los dueños de los medios de producción y los bienes producidos sean comunes y estén regulados por un estado socialista. Por el otro lado la sociedad burguesa europea y sus más destacados pensadores (Saint Simon y antes Condorcet) se van encargando de legitimar el discurso de la modernidad que prometía bienestar para todos en una sociedad racionalista, científica e industrializada.
El resultado ya lo sabemos, las dos posturas pudieron desarrollarse, pues todos estaban de acuerdo en que la organización racional y sistemática de la sociedades y el desarrollo científico traerían como resultado beneficios para todos, a partir de la producción de riqueza que se traduciría en confort y bienestar.
Lo que me parece importante observar aquí es que si bien es cierto que la industrialización ha producido riqueza, ésta nunca se ha repartido bien, pues la estructura de clases y la burocracia pregonada por Weber han mantenido la forma de producción y la relación de ésta con el productor, el producto y el mercado (distribución y consumo) dentro del esquema capitalista. Y el socialismo, a mi entender, no tomó en cuenta una serie de factores humanos como la parte mítica y espiritual que es la parte no racional del ser humano, lo que nos lleva a la crítica del racionalismo como legitimador de discursos que invariablemente desembocan en el totalitarismo (¿aquí es donde entra la cuestión de la deconstrucción, el juego de múltiples lenguajes, la filosofía del lenguaje, el textualismo y esas cosas?) En este sentido algunos de los filósofos de la nueva escuela de Frankfurt, como el mismísimo Lyotard, que desde este nuevo contexto de la postmodernidad, acusa al marxismo de ser un metadiscurso más de la emancipación (que por cierto todavía no llega, ni creo que llegue) y a mi juicio creo que el ser humano lejos de tender a emanciparse tiende a enajenarse.
De esta manera, la humanidad ha transitado de la época moderna a la postmoderna. Pero ¿qué dicen los teóricos, sociólogos y filósofos con respecto a esto?

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Entre los personajes más destacados de esta polémica y análisis del modernismo y su transición al postmodernismo que trata la compilación de Josep Picó se encuentran por supuesto Marx, Nietzsche, Baudelaire, Simmel, Benjamin, Adorno, Popper y más recientemente Habermas, Lyotard, etc., etc.
La palabra moderno, en su forma latina “modernus” se empleó a finales del siglo V para distinguir el presente, que se había convertido oficialmente en cristiano, del pasado romano y pagano. Con significado diferente, el término moderno expresa una y otra vez la conciencia de una época que se pone en relación con el pasado para verse a sí misma como el resultado de una transición de lo viejo a lo nuevo. Esta forma de relacionar lo nuevo con el pasado empezó a disolverse con los ideales de la ilustración francesa; específicamente la idea de ser moderno por volver la vista a los antiguos, cambió por la fe inspirada por la ciencia moderna en el progreso infinito del conocimiento y en el avance infinito hacia mejoras sociales y morales.
Así pues la modernidad fue tomada como discurso y proceso emancipador tanto desde la vertiente burguesa como desde la contraria, la critica Marxista; la primera se alimentó de los postulados de la revolución francesa, del liberalismo inglés y el idealismo alemán. La segunda nace con la economía política de Marx y se extiende por todo el neomarxismo hasta la teoría crítica alemana (¿esta sería la escuela de Frankfurt?).
En esta compilación de Picó se aborda el extenso tema desde muchos puntos de vista de estos diferentes teóricos y sabios de la materia, uno de ellos por cierto, el que nos ocupa en esta asignatura, es el del discurso estético y el papel de las artes en todo este merengue.
El espíritu de la modernidad estética alcanzó perfiles definidos con la obra de Baudelaire y después se desplegó en varios movimientos de vanguardia que llegaron a su clímax con el dadaísmo y el surrealismo y se caracterizó por actitudes que encontraban un rasgo común en una conciencia transformada del tiempo; la vanguardia se considera a sí misma como invadiendo un territorio desconocido, como conquistando un futuro todavía no ocupado. En las artes, la modernidad se rebela contra las funciones normalizadoras de la tradición, vive de la experiencia de rebelarse contra todo lo que es normativo.
En la historia del arte moderno puede observarse la tendencia hacia la autonomía siempre mayor en la definición y en la práctica del arte. Hay que recordar que la categoría de belleza, los objetos bellos y el concepto de arte como nosotros lo usamos, fueron constituidos por vez primera en el renacimiento. Juan Acha también nos dice como se fue dando la transición de las artesanías a las artes; antes de esto ningún artista firmaba sus obras. Ahora el artista con talento podía dar libre y auténtica expresión a aquellas experiencias que tenía al encontrar su propia subjetividad descentrada, desvinculado de las obligaciones del conocimiento rutinario y la acción cotidiana. El color, las líneas, los sonidos y el movimiento dejaron de servir primariamente a la causa de la representación, lo que vino a cambiar su relación con el todo.
Theodor W. Adorno comienza su teoría estética afirmando; “actualmente se da por supuesto, que nada que concierna al arte puede ser ya dado por supuesto, ni el arte y su relación con el todo, ni siquiera el derecho del arte a existir.”
El surrealismo no habría desafiado el derecho del arte a existir, si el arte moderno no hubiera hecho una promesa de felicidad respecto a su propia relación con el todo de la vida. Promesa que no cumplió. El arte se había convertido en un espejo crítico que mostraba la naturaleza irreconciliable del mundo estético y social, de ahí el intento surrealista de destruir la esfera autárquica del arte y forzar una reconciliación del arte y la vida.
El arte burgués tenia la expectativa de que el lego que disfrutaba la obra de arte, se educara para convertirse en un experto y así apropiarse de la obra de arte como consumidor que usa el arte y relaciona las experiencias estéticas con sus propios problemas vivenciales. De esta manera, cuando la experiencia estética se relaciona con problemas de la vida, no solo renueva la interpretación de nuestras necesidades a través de las cuales percibimos el mundo, también permea nuestras significaciones cognitivas y nuestras esperanzas normativas cambiando el modo en que todos estos momentos se refieren unos a otros.
Este modo de recibir y relacionar el arte es sugerido en la obra de Peter Weiss “la estética de la resistencia” donde describe este proceso de reapropiación del arte. (Pero esto tampoco sucedió.)
En términos generales, las artes partieron de lo sagrado y bello de las imágenes, pasando a la representación fiel de realidades visibles y bellas, continuaron con la exaltación de las bellezas formales, de los ideales, de los sentimientos autobiográficos y los conceptos, y terminaron como mercancías; es decir, abandonaron las iglesias, se trasladaron a los palacios y de aquí a los museos y a los hogares burgueses donde terminaron como ornamentos. En síntesis, necesidades de tiempo y de lugar impusieron a los productos de las artes cambios en sus principios, medios y fines estéticos, artísticos e ideológicos. Indudablemente lo más importante estriba en la relación que entablan el productor y el consumidor con el producto.
Ihnab Hassan, un representante del postmodernismo americano ha caracterizado el movimiento postmoderno como un movimiento de unmaking que podría entenderse como deconstrucción.
En las artes, desde los ready-mades de M. Duchamp y los collages de Hans Arp a las maquinas autodestructivas de Jean Tiguely y las obras conceptuales de Bruce Nauman, ha persistido un impulso por el que el arte se vuelve contra sí mismo en orden de rehacerse a sí mismo. Pero el punto principal de este arte en proceso de des-definición, se está convirtiendo al igual que la personalidad del artista mismo en un elemento sin límites claros. En el peor de los casos, en una especie de alucinación social: en el mejor en una apertura o inauguración.
Para Lyotard el arte y la pintura moderna tienen como fin referirse a través de la representación, a aquello que no puede representarse.
No cabe duda que él, o los análisis leídos en estos textos son difíciles de entender a fondo por mi, pero me resultaron muy instructivos pues a pesar de reconocer mis facultades y cualidades como creador, reconozco, como dije al principio y después repetí, que soy bastante ignorante en cuestión teórica y que hoy en día en una sociedad donde el conocimiento teórico es altamente valorado hay que ponerse al día.
Para concluir quisiera referirme o casi reproducir algunas partes de lo que escribe Albrecht Wellmer en la dialéctica de modernidad y postmodernidad. Existen dos visiones acerca de este proceso. Una que ve con gusto la muerte total del proyecto de modernidad (de la ilustración europea) y lo entierra maldiciéndolo con amargura y creyendo que su muerte es bien merecida, y otra, no tan drástica, que lo ve como una renovación, como un cambio de piel; la modernidad en transición hacia una nueva forma que hasta ahora no nos permite ver si se trata de una modernidad a la altura de sí misma o madurada allende sí misma, o de una sociedad técnico-informativa, cultural y políticamente regresiva, porque en el contexto del proceso de modernización la práctica política se convierte en una técnica de conservación del poder, de la organización y la manipulación. La democracia se convierte en una forma eficiente de la dominación política, y el arte se integra, se entrega (diría yo) a la economía capitalista, como industria de la cultura siendo reducido a pseudo arte.
Pero eso no significa que haya que despedirse del universalismo democrático y del individuo autónomo, ni que haya que dar por cancelado el proyecto Marxiano de una sociedad autónoma ni que haya que despedirse de la razón. Significa más bien que hemos de pensar el universalismo político moral de la ilustración, las ideas de autodeterminación individual y colectiva, de razón y de historia de una nueva forma. En la tentativa de hacer eso es donde podría estar el genuino impulso postmoderno hacia una autotrascendencia de la razón.
La dialéctica de modernidad y postmodernidad está todavía en el aire. Nuestra época, escribe Castoriadis, exige un cambio de sociedad que no puede realizarse sin una autotrascendencia de la razón. La postmodernidad entendida correctamente sería un proyecto. El postmodernismo, empero, en la medida en que sea algo más que una moda, una expresión de regresión, o una nueva ideología, cabe entenderlo como una búsqueda, como una tentativa de registrar las huellas del cambio y de permitir que aparezca con más nitidez el perfil de ese proyecto.Ahora si pienso que el desarrollo científico, tecnológico y cognoscitivo es importante y puede llevarnos a una vida mejor, me da por considerar la situación de países como nuestro México, subdesarrollado corrupto y plagado de malandrines, donde la mayor parte de la población no tiene verdadero acceso a la tecnología, a la educación y ni siquiera a la salud. Me pregunto ¿cómo vamos a transitar a ese futuro que ya es presente?

La alfabetización artística, Salvador Sánchez

Consideraciones acerca de una metodología para el aprendizaje del arte como expresión y comunicación humana
El arte es un lenguaje y, como el de las palabras, iniciamos su aprendizaje con balbuceos e incipientes signos y símbolos (gestos, garabatos, movimientos, sonidos, etc.). También, al igual que las palabras, sirve como expresión y comunicación con los demás.
Desde hace mucho tiempo me llamó la atención la alfabetización y en particular el método de la palabra generadora implementado por Paulo Freire. Al igual que la palabra, en el afán alfabetizador, el tema en el afán de iniciación a la expresión artística genera la posibilidad de facilitar el manejo de los elementos del lenguaje artístico. En el trabajo de Freire la preocupación primordial es que el alumno diga su palabra, que exprese a través de su escritura, sus propias inquietudes, ideas, sensaciones, fantasías, anhelos, etc. persiguiendo el objetivo de practicar una educación para el hombre libre.
En un método que pretenda por medio de temas generadores motivar el aprendizaje del lenguaje artístico debemos considerar algunos elementos estructurales básicos del Arte. Para ello destacaremos, primero, de entre las disciplinas artísticas, a cuatro que por su relevancia histórica se distinguen: Teatro, Artes Plásticas, Danza y Música.
En mi práctica docente me ha gustado, sobre todo entre los niños, promover actividades de expresión con temas generadores, mismas que tienen como punto de partida el desarrollo de los sentidos a través de áreas, tales como Expresión sonora, Expresión corporal, Expresión plástica y Expresión dramática. En este ejercicio docente me ha facilitado la tarea tomar en consideración los elementos estructurales básicos del arte, mismos que podemos resumir en siete: Espacio, Forma, Movimiento, Color, Sonido, Tiempo y Ritmo. Estos elementos están presentes, aunque a veces en forma metafórica, en las cuatro disciplinas artísticas, y de ellos se derivan una serie de elementos que como en el lenguaje de las palabras van construyendo: primero las sílabas, luego las palabras, después las frases, las oraciones, párrafos, etc.
Me gusta mucho hacer énfasis en la idea de integración de las artes, es decir un arte integral en el que no existan divisiones entre disciplinas, sino que toda expresión humana se vea enriquecida por elementos estructurales básicos del arte permitiendo a su vez que todo ser humano sea una clase especial de artista, y que sea la importancia y calidad de sus temas lo que lo haga destacar y trascender como realizador de obras maestras. Tengo la certeza de que en nuestro tiempo y espacio la alfabetización artística contribuirá a la integración de una cultura de hombres y mujeres libres.

El huerfanito, Fernando Hernández Almaráz

Siempre fui un tanto opaco, se podría decir que, incluso, gris; mi ambición más grande era vivir en una cabaña apartada del mundanal ruido de la ciudad, cerca de un río, para vivir de la pesca y la cacería de animales que fueran a beber, es decir un hombre mediano con las ambiciones que la televisión le permitía vislumbrar en sus pequeñas fugas de libertad.
Mi empleo en una oficina gubernamental me daba espacio para regodearme en este pequeño sueño, y el ocio propio del empleo me procuraba oportunidad de otros vicios más reales y no menos placenteros, convencido muy a mi pesar de que el destino se empeñaba en jugarme malas pasadas, decidí no someterme al amor de mujer alguna, mis necesidades sexuales las satisfacía con prostitutas con las que no volvía a tener ningún contacto.
Así, mientras esperaba mi liquidación, cada quincena realizaba un pequeño rito de renovación que consistía en pasearme por las calles del centro en busca de alguna puta. Siempre una distinta y las había de todas las edades y condiciones, viejas, gordas y asquerosas, jovencitas, casi niñas, de cara angelical, rubias, morenas, negras, altas, chaparras, y flacas y sin embargo algo había en cada una de ellas que me atraía, con unas compasión, con otras deseo, con algunas perversión y con otras ternura; por ello no podía quedarme con ninguna, sentía que ninguna iba a poder colmar todas esas facetas que yo quería comprimir en un solo ser.
Hay un extraño pudor en las putas, cobran por anticipado antes de entrar en los cuartuchos de hotel donde trabajan, cierran puertas y cortinas, se desnudan exclusivamente lo esencial, no besan en la boca, miran hacia otra parte, mueven su cuerpo de forma monótona, no dicen su nombre y si lo dicen es falso, y sin embargo entregan su voluntad, se dejan hacer, permiten que desconocidos entren en ellas, que separen sus pliegues, que sienta quien las contrata el palpitar de su profanado sexo.
Había estado con todas y con ninguna, recuerdo haber contratado a una anciana, con la cual solo quería dormir para no sentirme sólo, pero que insistió en que no cobraría si no trabajaba, por no contradecirla le pedí sexo oral y cuando eyacule en su boca, se retiro dejando su dentadura postiza trabada en mi pene aún firme, no pude evitar la risa, pero la anciana se sintió humillada, retiro su dentadura y salió sin decir nada.
Otra, una morena costeña, me dijo, –una vez que entres en mí, jamás volverás a ser el mismo, una parte de ti, deseará no haberme conocido y la otra querrá tenerme aunque sea en el sueño, único espacio en que libremente nos entregamos a nuestros deseos–.

La miré queriendo encontrar la verdad de lo que decía, no deseaba sentirme atado a nada, le pagué y pregunté su fecha de nacimiento, esa era otra de mis locuras, con los números de su fecha de nacimiento, compraba un billete de lotería. Lo hacia desde la primera vez, no obstante que nunca gané, lo seguía haciendo.
Una de tantas quincenas, vagaba, sin decidirme, por Anillo de Circunvalación, cuando una joven despistada se me acercó, antes de que dijera algo, le pregunté cuánto cobraba,
– no sé cuánto se cobra.
– Eres nueva.
– Acabo de llegar a la ciudad y no consigo trabajo.
– Yo puedo darte quinientos pesos por unas dos horas, ¿aceptas?
– ¿Haciendo qué?
– Pues dejándote dar un masaje y después tú me das uno.
– ¿Y dónde?
– Qué ¿no has tenido ningún cliente?
– No.
– Pues yo te voy a enseñar a trabajar, acompáñame.
La conduje a un hotel cercano, tenía miedo, pero estaba decidida, entramos al cuarto y cerré la puerta, ella me miraba desde el fondo de la habitación, temblando, no te apures, lo difícil es comenzar,– le dije– extendí la mano y ella se acercó, le solté el pelo que traía amarrado como cola de caballo, era negro y sedoso, le llegaba a la cintura, le quité el suéter mientras la miraba detenidamente, rodee su cintura mientras mis manos buscaban el contacto de su piel por debajo de la blusa, comencé a desabotonarla lentamente, sin prisa, cayó la blusa, luego la falda, su cabello brillaba iluminando el descuidado cuarto, sólo entonces sentí ganas de besar, comencé por la frente, las sienes, las mejillas, el cuello, liberé sus pechos del sostén y besé dos pezones erguidos y desafiantes, volví otra vez al cuello a la barbilla y por fin, nuestras bocas se encontraron y el contacto fue suave, tibio, placentero, entonces se aferró a mí y yo me aferré a ella, como el náufrago a la balsa improvisada que puede ser un simple tronco, la levanté en vilo y la penetré de golpe, un leve suspiro escapó de sus labios, nos tendimos en la cama y comenzamos un movimiento rítmico y tranquilo, después se montó en mí y cabalgó, el pelo parecía acariciado por el viento, después del galope, se recostó en mí pecho y vi resbalar por sus mejillas dos lágrimas. Sentí miedo y me aparté, mecánicamente pregunté su fecha de nacimiento, mientras me vestía, cuando me la dijo, dejé el dinero sobre el buró y salí a toda prisa.Había llovido y una paz muy especial reinaba en la ciudad, todo parecía más limpio y más claro, el cielo era azul y las aves de un parque cercano anunciaban el nuevo día, fui a mí casa para bañarme e ir a trabajar, compré el huerfanito con la fecha de nacimiento de la mujer del día anterior, volví a mis labores cotidianas. El fin de semana, busqué los resultados de la lotería y mí billete era el número ganador, era millonario. Hasta entonces me acordé de ella, corrí a buscarla a donde la encontré la primera vez, pero todo fue inútil, ahora tenía dinero pero seguía siendo un huerfanito.

Corporación cabeza, Quetzalcóatl Escalante Covarrubias

Lo recuerdo así desde un corto tiempo posterior al que precede mi existencia, todos van hacia algún lado excepto yo, todos trabajan impetuosamente y hacen como si eso fuese todo el propósito de su existencia. Muchos dicen que soy diferente por no tener ese compulsivo gusto por el trabajo, y es que es tan natural esa obsesión en todos mis semejantes que hasta yo llego a sentir que vengo de otro lugar.
Trabajo en una oficina cerca de casa, eso creo...en fin, mi trabajo es traducir mensajes que llegan directo a mi central y posteriormente se los doy a Omio, el encargado de llevarlos a otro sector, después se envían de partida al jefe de todos nosotros y… me da flojera seguir describiendo esta cadena alargada y aprisionante.
Desde hace algunos meses el trabajo se ha triplicado, esto con el pretexto de construir una nueva central. Se ha causado un gran alboroto entre mis similares, ejecutan todas las tareas requeridas sin ninguna premura, de hecho se seinten satisfechos de colaborar con el nuevo proyecto. A cada uno de nosostros se nos han asignado tareas adicionales a las comunmente realizadas; la mayoria de ellas son tareas que no tienen sentido. A mi cargo ha quedado la realización de una parte de los planos que habrán de guiar la construcción del nuevo edificio. La habitación que diseñé albergará a una sección de los trabajadores encargados del 16avo nivel. En principio pensé en ahorrar todo el material posible, como es costumbre en este rubro, pero finalmente opté por diseñar un espacio ostentoso e inclusive salí del proyecto original; pensé que de esta manera me iban a rechazar, pero todo lo contrario, me felicitaron por haber contribuido más de lo que se me había encomendado, ellos dijeron ver en mi empeño la entrega que tengo por mi trabajo.
Desde hace un tiempo este panorama me parecía un tanto extraño; es decir, ¿por qué de repente nuestro ritmo de trabajo había aumentado de la noche a la mañana para construir una nueva central? Y ¿por qué admitieron mi proyecto si salía del plano original?, eso, para las edificaciones puede ser catastrófico. Comencé a indagar.
Sin mucho interes al principio, pero eso si, con una incertudumbre que comenzaba a expandirse por todo mi ser, interrogué a varios miembros de la empresa a los cuales habían sido confiados la elaboración de planos del edificio. Todos coincidieron en la creación de partes individuales sin interconección lógica entre ellas, unos habían sido encomendados en construir habitaciones, pasadisos o grandes terrazas, pero la gran mayoria habían sido solo encomendados a edificar lo que quisieran. Nadie entendía que es lo que construia y para que lo estaba haciendo, es decir, ¿cómo encajarían tantos palanos sin sentido el uno con respecto del otro para forma un recinto único a partir de todos ellos? Nadie lo sabía, pero tampoco a nadie parecia importarle. Se conformaron con sentirse orgullosos de aportar algo a la nueva edificación; y este mismo orgullo sin sentido pareció apoderarse de todos mis iguales. Inclusive albañiles y pintores contratados por millares se sentían extraordinarios por trabajar en el mayor proyecto encabezado por nuetsra comunidad. Lo que más me llamaba la atención del asunto en el que nos veíamos inmersos los encargados de diseñar los planos de esta mole, era que en realidad no sabiamos qué fin último tendría el nuevo edificio construido, porque ¿cómo podría surgir una estructura semejante a partir de planos que no encontraban alguna relación entre sí?, esto va en contra de todas las teorias de construcción que hasta el momento había conocido. Qué sorprendente será el final de todo esto.
Basado en mi total incertidumbre con respecto a lo que envolvia mi entorno, decidí realizar un investigación con el fin de agobiar mi curiosidad y volver de nuevo a la paz que me deparaba el trabajo monótono. Acudí al que se presumía ser el encargado de la construcción de la central, y aunque muy hermetico al principio, poco a poco fueron amplificandose sus respuestas a medida que notaba el extremo interés que despertaba en mí aquella obra. Lo que me dio a entender es materia de Físicos teóricos, por lo cual la dificultad que despierta en mí el tratar de impregnar sus palabras, es bastante grande, pero he aquí la parte central de la argusia por la cual se trataría de llevar a cabo la construcción de la central.
La compañera Lilith proponía construir con un proceso emergente que partiera de elementos no realcionados entre si para agruparse como lo permitieran sus ángulos y formas. Estos agrupamientos darían como resultado bloques específicos y sin relación uno del otro, que por el mismo procedimiento emergente (al que denominó recurrencia exaptacional), daría nuevos conjuntos que terminarían por ser uno solo: la central.
La recurrencia exaptacional no la entendí mas que como un conjunto de eventos emergentes provenientes del caos, que en reiteradas ocasiones interactuaban unos con otros sin lograr una realación como tal, pero de forma aleatoria alguna de estas interacciones resultaría favorable y es de esta manera como se crearía una conección entre los planos antes descritos; la reiteración de estas interacciones favorables surgidas de la casualidad daría lugar a la recursividad, que en su paso último haria emerger al orden desde un estado inicial que se nutría únicamente de lo caótico. Eso al fin me dio un lugar, yo y todos nosotros éramos los factores que alimentaban a las reglas iniciales en ese conjunto caótico de planos, de ideas, de individuos construyendo sin saber qué es lo que costruyen, pintando y decorando, acarreando aquí y allá sin saber en absoluto qué es lo que se obtendrá al final de la jornada de trabajo. Si es que existe un final. Eso éramos, factores, factores de... ¿de qué?
Lilith se jactaba de tener toda la información necesaria para construir la torre, es decir, solo dejaría pasar las cosas, jugaría el papel de maestro del rompecabezas, y aun así no sabía nada acerca del propósito con el cual sería construida la central. Pero me dijo como acudir al jefe máximo, aunque me pidió no mencionar su nombre al verlo. No iba a ser fácil que Él accediera verme, pero lo más perturbante no lo constituía ese hecho, sino las condiciones que propiciarian mi visita. Las instrucciones eran claras pero totalmente fuera de lugar: tendría que dormir primero para poder verlo a Él, tendría que despertar en mi sueño y en mi dormir, ser conciente de mi propia conciencia sin que eso me condujera al insomnio.
Mi desesperación era tal en este punto de mi conjeturación sin respuesta que intenté hacer lo necesario para saciarla; pero todo fue en vano, nunca logré tener un control total de mi sueño. La ultima esperanza arrojábame un abasallador final sin respuestas, y de cualquier manera, aún no sabía si al encontrarme frente a Él las obtendría, o si las descabelladas instrucciones de Lilith no eran mas que producto de su genio torcido y retorcido por estar tan inmiscuido en los asuntos donde nadie se habia interesado en inmiscuirse ¿o ese era yo?
Producto de esa locura contagiada o ganada a pulso (¿quién sabe?) finalmente me encontré cuestionándome sobre la central, sobre la parte que me tocó elaborar, sobre las hipótesis hechas y desehechas que acumulaba hasta el momento, cuando de repente me di cuenta de que estaba dormido. Un momento de relajación se presentó previo y necesario para tener el control total de lo onírico. Finalmente al sentirme más seguro emprendí la búsqueda, no supe nunca por donde empezar, solo caminaba entre todos los paisajes mentales que pudieran relacionársele a Él.
Finalmente, terminé sintiendo una presencia, no podría explicar lo que produjo en mí, únicamente puedo adjetivar repetidamente infinito entre el conjunto de explicaciones que he tratado de darme desde ese momento. Me dijo ser un niño llamado Agustín, tenía 13 años, vaya edad milenaria; se impresionó mucho al verme, me llamó por mi nombre: Ego, y sin esperar preguntas obtuve una respuesta: me pidió no seguir impidiendo el progreso de su cerebro, tenía que ayudar a formar nuevas conecciones para que él alcanzara la sabiduría, me dijo estar evolucionando.
Despues de despertarme repentinamente, no entendí nada, excepto un vacio inmenso dentro de mí, como si me hubiese reflejado en el universo y por fin me sintiera parte de Él pero sin estar ahí, como siempre me he sentido. Inmediatamente después de volver totalmente hacia mis recuerdos, ahora segundos después recuerdo la explicación final que dio Agustín a mi interrogante no preguntada: “La corporación no se construye con ladrillos, ni asbesto, hierro, láminas o adobe; no, la corporación se construye con materiales mucho mas reales, más efímeros y duraderos que cualquier otro material del mundo, aunque eso implique que todo lo que huelas, toques, mires y sientas sea parte de tu mente y de la suya, con cada una de ellas se conforma mi mente”
Ahora me da mas asco el trabajo que hago, ¿qué clase de Dios es Agustín?

Dos relatos, Roberto Lira

Olga camina sola

La nieta de la condesa rusa camina sola.
El arco indiferente de sus cejas perfectas guía su cuerpo.
Camina de prisa, con una dignidad extraña, acaso brusca.
Viene y va de la estridencia a la elegancia una y otra vez, sin cansarse. Sin darle importancia.
Pocas veces he visto al maquillaje más feliz y justo, sabe que tiene sentido, aunque no conozca varón.
Olga es hermosa para ella misma, no compite, tal vez compara, con poco entusiasmo.
No envidia.
Se ve repetida una y otra vez.
Es su propio objeto.
Sus piernas, tan largas como perfectas, se adelantan a ella.
Pretende ignorarlo pero ya siente nostalgia por la belleza que la abandonará poco a poco.
Ojos con fragmentos de bosque brillan allá, muy en el fondo, con tristeza.
Con la tristeza que mañana reconocerá en la foto de la abuela, la condesa rusa de los sueños juveniles.


El nuevo ruso

Sin abandonar el celular el nuevo ruso cree en un mundo que anoche murió.
Colecciona sueños con avidez: sueños-toyota, sueños-mercedes, sueños desecho, sueños-basura.
Huérfano, juega a que es posible algo que por mucho tiempo ignoró que existía.
Su antiguo enemigo es su nuevo anhelo y angustia.
No quiere saber que su sueño es un juego para muy pocos, del que ya, ahora mismo, está excluido.
No puede saber que él es tan solo una anécdota hilarante y cruel en la sobremesa alcoholizada de Mr. Tokohaido y Mr. Gordon.
No debe saber que su anhelo tan solo vuelve negros algunos números rojos del gángster que apenas ayer era obrero metalúrgico en Divnagorsk.
Ha logrado conducir una Van con dirección a la derecha que estorbaba en el traspatio de Mr. Tokohaido.
Su vecino lo hace en el auto que el seguro contra robo, en el mejor de los casos, restituyó a su dueño en Cd. de México o Caracas.
Por más que lo intente no puede saber que el visado al nuevo orden le demanda antes quitarse el olor a lana vieja, ajos y hormigón.
Que debe renegar de las galletas de mamá a la mañana y del te de la abuela.
Que ahora se dice “home made” y se compra en el mall de la esquina.
Que en la mesa de Mr. Tokohaido y Mr. Gordon se toma vodka solo para rematar las fiestas con las putas en Moscú.
Que los cerillos de 50 kopecs son mal vistos en el mundo libre, que los debe sustituir por un Zippo, que no es lo mismo “old fashion” que viejo aunque lo old fashion se pague a US 4 dls. por mes en Malasya. Pero lo más triste de esta historia es que a cambio de esa fantasía el nuevo ruso no pudo ver hoy, igual que ayer, que Olga caminaba sola.

Ojos negros, piel canela, Juan Manuel Bonilla Soto

De manera inexplicable, el infinito había quedado sin estrellas y la verdad, él nunca pensó en la farándula como si fuera algo tangible; en el más atrevido de los casos, redujo esa palabra, con todo su misterio y su sonoridad, a la siempre en fuga desnudez de una cabaretera.
Es que ese día nada encajaba de manera lógica, ni el pronóstico metereológico de la CONAGUA, que se vio obligada a emitir un boletín vespertino acompañado de una disculpa a sus seguidores porque no hubo el menor indicio de precipitación pluvial y muy temprano les había recomendado no dejar sus casas sin los aditamentos necesarios para sortear con éxito los chubascos que se multiplicarían por los puntos cardinales de la ciudad: nadie, absolutamente nadie quedaría a salvo de la intempestiva furia de la lluvia. Y a esta hora, los paraguas y las gabardinas bajo el brazo, lejos de ser un alivio, resultaban, literalmente, una pesada carga. Hasta en la Homosfera, el ozono, de comportamiento más conservador que desafiante, el vapor de agua y el anhídrido carbónico, permanecieron constantes.
Nada encajaba esa noche, ni el estrépito de los metales que ya lo tenían confundido porque, hasta donde él recordaba, cuando dio el primer sorbo a su copa, sentado en el rincón del antro, solo, la orquesta sentenciaba lo trágico que sería el mundo . Pero ahora, en esa chica que lo acompañaba él veía una amenaza mayor y sentía un desamparo más grande al que sintió cuando tuvo enfrente a , y sin saber por qué el miedo crecía y pensó “tal vez sea cierto aquello del temor a lo desconocido” porque nadie de mis amistades supo nunca dar una explicación para sus miedos, mientras que ahora, él, en medio del temor y de la reflexión solo tenía conciencia de que tampoco supo lo que en realidad tenía ...
Tuvo que ser el martíni, no hay otra razón. Él, ortodoxo bebedor de rones, nacionales e importados, a condición de que tuvieran por lo menos siete años de añejamiento en barricas de roble blanco, nunca transigía en sus preferencias, pero el Apocalipsis que surgía de esa mirada si trataba de imponer sus gustos, lo indujo a claudicar y otra vez decía salud y aprovechaba para atrapar con los dientes la aceituna que destilaba licor en el contorno del cuello de su acompañante y él, con la paciencia dislocada y el frenesí en el tacto, pronosticó mediante un susurro al oído de ella, como si fuera un ángel anunciador o un intérprete de Madame Sasu “Chanel No. 5, la fragancia natural de quienes son regidas por el horóscopo de Leo”.
Y su predicción lo único que provocó fue un estremecimiento en ella y descubrir que en la piel del cuello, poblada por una pelusa diminuta, cada uno de los pistilos se erizaba y una especie de salpullido poblaba ese contorno.
Motivado por la reacción hundió el atrevimiento de su olfato en ese aroma que no era otra cosa, sino una osadía de su acompañante y, acaso, un mortífero placer y un arma de trabajo y en ese momento, a partir de ese momento, cayó en la cuenta, ya nada le importaba la insinuación ni la estridencia del ritmo con el que la orquesta quería salir intacta de ese campo de batalla en el que sin duda alguna, él tenía las de perder y tal vez por eso poco le importó , pero eso sí, con una condición de por medio, bueno tal vez dos, que ella no escatime la ráfaga de sus proyectiles demoledores disparados con tan mortífera puntería que sus sentidos prácticamente ya estaban abatidos y ante esa condición de derrota esgrimía como único recurso redentor el pero de su salvación: .
¿Cómo no sentir temor si para entonces ya el olfato le anunciaba que un fragmento de quimera hecho pecado se adentraba en el misterio de algo que no podía ser otra cosa que el Chanel No. 5 y de inmediato la coreografìa de esa fragancia ensamblaba la promesa de un nuevo aquelarre con el ritmo de de la piel que se insinuaba ante sus ojos como la certeza de un tarot que mimetiza sus resquemores en la ambigua seducción de la caricia?
De verdad, ya no había remedio ni posibilidad de salvación. La única manera de traicionar la intimidad de ese momento era reninciar al grito, a la invocación extemporánea de un ora pro nobis justo cuando el gemido exige espacio para su protagonismo. No sabía cuál era el propósito de su exploración, por eso, cada uno de sus hallazgos le significó una declaración: lo primero fue una piel, tersa y arrogante que no estaba dispuesta a escatimar escalofríos.
Cada vez más dueño de esa geometría corporal, la conjuetura deja de ser sorpresa y se vuelve anuncio. Ya exhausto el olfato, el tacto explora su primera hipótesis y encuentra una conexión inexplicable entre sus labios y el cuello de ella, entre sus manos y la disposición de ella para crecer en susurros cada vez más desbocados que ya anuncian un estertor y el gemido aumenta en esa media luz y el ojo de él es un voyeur seimpre a punto del colapso y otra vez el pronóstico, la apuesta y la especulación y la curiosidad incontenible por comprobar que eso que crece en su entrepierna, hace rato dejó de ser el miedo inicial y piensa que no le temerá más a cualquier cosa que y presiente el advenimiento de una sensación que no imagina tan intensa en ese espacio de la noche, nadamás porque el néctar que se anuncia es la vida o una esclavitud mimetizada ante la que él no interpondrá el menor recurso de defensa porque no le importa quedar atado para siempre ante ese dogma que se llama centrípeta, oásis o mujer y en la que presiente ha de abrevar las indulgencias necesarias para satisfacer su gula.
Los acordes de la orquesta, él ya no sabe cuál, se esparcen en su espacio como profecías hertzianas ahora que porque en su conciencia se quedó grabado el ritmo inicial de esos ojos que, lo sabe ahora, miran e indulgen desde su negrura y ella es la única que conoce la respuesta a la pregunta de porque ¿cómo no saberlo si es el mismo deseo lo que los funde en esa abolición del recato y en esa renuncia al reflector y al aplauso y ejecuntan, cada uno, pero juntos, sus libretos y ya no tienen tiempo ni ánimo para discutir la cualidad del roble para las barricas y él se olvida para siempre de su necia ortodixia y el escalofrío crece y el estar se hace tsunami corporal y como si fuera una metáfora planeada, el martini seco escurre de esas copas derribadas en la mesa y de los labios de ambos escurren sonrisas tamblorosas y ella, muy apenas recuerda algo que ya no sabe si es promesa o confesión
Y el negro lo único que supo fue que al dejarse guiar por esa potestad insólita del olfato iniciaba una caida libre a la orfandad y no quiso evitarlo. A estas alturas, pensó ¿para qué? y esa fue su última reflexión coherente antes de que sus manos se apropiaran de la redondez de aquellos hombros; como un verdadero prestidigitador escudriñando los presagios en su bola de cristal, la insólita revelación que tuvo ya no le dejó ninguna duda: en medio del tránsito por esa piel poco la importaba ya la mano de Mary Kay en ese prodigio de color, supo que ya no tenía otro destino sino el limbo de ese instante y para entonces, ya con voluntad de autómata, él tuvo entre su tacto la certeza de que las fuerzas que estaba desatando eran la cúspide de algo que en otro tiempo debió considerse un ritual pagano, porque la mezcla de fervor y deseo que le inspiraba esa textura ya no tenía retorno <"ojos negros, piel canla, que me llegan a desesperar">.
Atendiendo a los mandatos de un profeta bíblico o la certeza de otro Pigmalión en el crepúsculo, deslizó la impaciencia de su deseo para apropiarse de otra promesa y no quiso capitular ante la temblorosa táctica de aquellos senos que, por última ocasión le ofrecieron su armisticio, pero sus sentidos, prófugos de la razón, intensificaron la retórica flamígera que justificaba esa búsqueda, ese desenfreno.Y calló, calló en la trampa de la cadencia que tiene esa cintura y con ambas manos se abismó en la crueldad que al mismo tiempo era la bondad hecha cadera y su vértigo fue tal que cuando reaccionó estaba junto con ella, dentro de ella, debajo de esa mesa, conciliando los aplausos de la gente con la humedad que circundaba sus vientres al tiempo que tarareaba, sin descanso, tal vez para siempre .

Tres días, Gilberto Giles Márquez

Fue esa sumisión la que dispuso que tu risa escapara y se quedara quieta en el cajón de la tristeza.
Fue esa desgraciada desazón la que nos empujo al viejo vicio de ser sin estar o estar fingiendo ser.

Nos esforzamos en salir de ese vacio lúgubre, nos rompimos el alma y la razón sólo para darnos cuenta de que la justicia no entiende de sufrimientos ni de amores, nos quedamos solos.
Charlas nocturnas quedaron embarradas melosamente bajo el árbol de nuestras noches, la hamaca queda muda y fría. Tus flores cabecean en un sopor interminable y las palabras apagan el brillo de nuestras entregas.
¿Recuerdas? Al cobijo de esas hojas, en el calor del verano, cuando llegabas toda a mi encuentro, cuando resbalaba por tu cuerpo ese vestido de manta delgado y semi transparente que tanto nos gustaba -decíamos que era mas fácil- ese, que con tanta liviandad y sin el menor pudor dejaba entrever tus macizas piernas, el mismo que me ofrecía tus hombros a granel, ese que te ofrecía completa a mis brazos. Tu cuello, tus párpados, tus jugosos y rosados labios desencadenaban mis ansias, mis ganas, me sudaban las manos y comenzaba a crecer, me tensaba, me imbuía de ti en mí.
Sé que recuerdas mis temblorosos dedos recorriendo tus costados, sé que extrañas mi voz agitada y húmeda recorriendo tus mejillas. Siento todavía en mi oído esa voz dulce diciéndome débilmente que no siguiera, que no estaba bien. En ese momento cuando el vestido llegaba hasta el punto de no poder subir más, en ese instante tus pocas fuerzas caían junto con tu pataleta; tu cuerpo y tus piernas temblaban y se aflojaban, me abrían el camino. Y bruscamente con la fuerza de la desesperación y el deseo mezclados entraba, me recibías, gritábamos y nos agitábamos nos poseíamos, nos aferrábamos el uno al otro hasta que las uñas se quejaban, hasta quedar lisos, jadeantes, sudorosos.
Te acurrucabas en mi pecho, náufragos de dios y de leyes tendíamos nuestro placer en el pasto cobijándonos solo con nuestra incertidumbre y nuestros planes.
En ocasiones, a cierta hora crepuscular, junto a la ventana, cuando la tarde es solo para otros, cuando uno se sumerge en sí mismo, pienso y repito como imbécil el fatal ¡así lo quiso!, renegando de vivir, rogando no existir, es cuando me doy cuenta que bebo el vapor escupido por la tetera del silencio sentado en este sillón viejo, cansado ya de tanto cargar con mi lastre que a estas alturas pesa más que yo.
Tardes rojas y mañanas frías, noches largas y pesadas que este infeliz ha sufrido gracias a que ningún corazón ha sufrido tan fiel y devotamente como el mío tu tan inmisericorde y humana flaqueza. No quiero hacer de esto un drama ni ponerme como protagonista, es solo que los recuerdos pesan y no pasan, es solo que abrí de tajo mi capullo y salí a buscarte
Disculpa si persisto en esto del pasado pero al abrirla me pregunté si en realidad no recuerdas cuando te extendía estos mullidos brazos entumidos por el tiempo y te entregabas a ellos y era tan dura la simple idea de vernos separados que vaciabas tus confidencias en mi con un suspiro, ¿en realidad no lo recuerdas?, ¿Por qué no me contestas?
¿No recuerdas cuando dormías ahí, bajo el calor de la mirada de este que te habla?
Te observaba, tus gestos, tu cabello, te sentía mía y cuanto más te veía más fuerte se volvía el deseo de verter mis fantasías en la boca de tus sueños encerrándolas con tus pestañas para toda la vida con el único fin de saber que cada que parpadearas las vieras. Me vieras.
Esta verdad que transpira y se eleva, me hiela el alma y ésta, mi realidad tan terca, vuelve a rogar tu piel, vuelve a pedir el aroma que inundó mi espacio, que impregnó mi piel, una y mil veces nos probamos, en la hamaca, en mi cuarto de alquiler, en el sillón que hacia las veces de cama y comedor, en los parques, baños públicos, estacionamientos, hoteles, calles y bosques fueron testigos de tus gemidos y escuchas de nuestro placer.
Suena el teléfono y la página del libro en turno se regresa, se revela a seguir adelante, a darse vuelta y me atrevo a comparar ese detalle con lo nuestro, se que ni siquiera imaginas mi estado y mi agonía, no me gusta la autocompasión pero el sentimiento me rebasa, me desborda. Brota a presión el geiser de mi sangre seca, deshidratada por tu cuerpo ardiente. Esponja de almas.
Ayer apenas en un beso le robábamos silbidos al viento, encerrábamos entre mordidas y lengüetazos los gritos del silencio, quedando entre tus formas mis besos y mis huesos trenzados contigo, pegados. La primavera va pasando con su saco repleto de flores y llega el verano, avanza entre ríos y montañas, días sordos, pasos tercos, vida perdida convertida en vino. Un ancho y redondo resplandor entra por la ventana y me despierta, dolor de cuerpo, dolor de cabeza, dolor de Shakespeare, del ser y no ser. Ahora lo entiendo. Paneo mi cuarto curtido y sucio, el descuido y mis suspiros no lo dejan ser, libros por todas partes, colilla sobre colilla, botella sobre botella, pasados presentes amontonados en un rincón junto a la litografía daliniana de un tigre a punto de caer sobre una mujer y devorarla o hacerle el amor, no se sabe. Mis pupilas lastiman mis ojos y tu recuerdo estalla de una forma fulminante, solo para dar paso a un día más de sobrevivencia ermitaña. Desde que pasó todo esto siempre me levanto así desganado y con dudas, preguntándome si en realidad no recuerdas nada, satisfaciendo mi estúpido consuelo imaginándote igual que yo, todos los días es lo mismo, esclavo de mis actos, de los que hasta hoy no me arrepiento, todos los días, se que todos los desgraciados días vendrán asi, tengo que pagarle hasta lo ultimo a la costumbre.
En realidad créeme que todos los días trato de no repetir nada, pero me aplasta, me asfixia el recuerdo de verte en el umbral de la iglesia, altiva y bella, generosa como siempre. Pasaste junto de mí, estoy seguro que el olor de tu perfume favorito te lleno el olfato pero no volteaste, quiero pensar que fue porque nadie debía enterarse de mi presencia. Llegaste al altar, me imaginé junto contigo, pasó todo en un instante dijiste “sí” y mi esperanza se esfumó en un aletazo. El negocio entre familias consumado, novela de tres pesos.
En la recepción pude arreglármelas para hacerte llegar mi recado y mejor aún, llegaste. Al fin solos
- pronuncié- aunque no en la circunstancia más halagadora. Me callaste con un beso y ahí, parados, tu vestido ahora de novia, pulcro y blanco volvió a ceder a mis manos y volví a entrar, volvimos a agitarnos entre escobas, cubetas y olor a cloro.
¿Por qué lo hiciste?, siempre he pensado que esa fue la peor forma de despedirme, ¿premio de consolación? Enseguida y sin palabras diste vuelta y saliste. Nunca deben saber por qué la novia llegó tarde a partir el pastel, arreglándose el pelo y ruborizada, menos él, que la observaba como queriendo adivinar de dónde llegaba su ahora esposa. Lo partieron con el rostro sombrío, serio, de poeta optimista.
Hablando solo, pidiéndote que trates de recordar, que me contestes aunque sea un poco, que me digas algo, que trates de que el tiempo no se coma todo esto, no te quedes en blanco, por favor, dime algo. ¿Que ni siquiera recuerdas cuando te deshacías en lágrimas jurándome que nunca íbamos a llegar a esto?, ¿no recuerdas las noches en que el teléfono se cansó de tanto hablar de los dos?Hace tres días te traje, hace tres días que estás otra vez conmigo, pareces dormida, pálida, tus labios color violeta siguen sin hablar, perdona tenía que hacerlo. Tres días llevas así, sin responderme nada, sin comer ni tomar nada. Te comento que no ha salido el sol, el viejo invierno va muy lento, le duelen sus reumas, sigues sin abrigarte, se enfrió tu té y la tetera ya no silba, ya no hay vapor desde hace tres días. ¿Te estarán buscando?, ¿te ama tanto?, ¿no crees que ya tardó mucho? Tres días llevo hablándote amor mío ¿Qué hacemos? El árbol ya no existe, murió, hace tres días que murió. ¿Lo recuerdas?

La Llama azul, Claudia Elisa López Larenas

I.

Gucumatz, serpiente de plumas nacaradas, fluido constante del universo, respiración profunda y conciente. Aliento casi imbuido, fluyendo a través de los vasos sanguíneos, a veces tornas solo a ser un reflejo iridiscente de una serie de vueltas interminables, vuelta sobre vuelta, como un ser desdoblándose poco a poco. Llama flamígera, inconstante.
Tu ser consta de dimensiones imprecisas, el cristal no se ha fragmentado aún. Siendo todo el espacio, calibrando tu ubicuidad en la balanza de una oscuridad impenetrable y solvente a la vez, un brillo inocente y violento resuena de pronto en el vacío, y desvía tu configuración hacia una multitud de desplazamientos. Desaparición. Aparición.

En algún momento tus plumas tornasoladas debieron prever, como en un sueño, el pálido reflejo de la luna, el resplandor que caracteriza la mirada de los muertos.

Una suave velocidad pasa rozando ligeramente la inmovilidad desierta del espacio. No cual luz, no cual agua, no cual viento. Por un instante en el tiempo infinitamente pequeño, separas estos átomos que luego se amontonan inmediatamente sin una pausa siquiera. Sin un respiro, mientras tú….
La continuidad de un ciclo te lleva, es tu vela, es la semilla de tu fluidez abstracta. Es también la fuerza de la palpitación primigenia, el sonido de tu respiración se trasluce a través de tu silencio de escamas, puro sonido aéreo, describiendo una curvatura por la que te deslizas sin pausa, dejando escapar en la trayectoria estas sombras, expresiones finitas de la luz, que sólo encuentran en su naturaleza el punto que las une a tu ciclo.

Gucumatz, no descansas. Bajo tu palpitación omnipresente puedo sentir mis pupilas dilatadas, el ardor de un sueño saliendo de mi boca, el pulso magnético que guardan en su interior mis globos oculares. Una trayectoria interminable te consume por dentro, un lejano presentimiento de eternidad caracoleada.

Gucumatz, serpiente del agua, llama azul. Devenir de Agua, murmullo acuático, redondo remolino en la oscuridad, absorbiendo en las palpitaciones una nueva vuelta, tú eres el Corazón del Agua. Escucho tu murmullo desde adentro, mientras desciendes con pulcritud en ese abismo lejano como un pozo a medianoche.

Gucumatz, serpiente del agua, relámpago en la oscuridad del cielo.


II.

En un principio nada existía, solamente la inmensidad del mar y del cielo. Una oscuridad impenetrable hacía imposible la contemplación de este mar y de este cielo en calma, sin embargo, aún no existía nadie quien pudiera contemplarlos. No existía aún la vida, el hombre no había sido creado. Dentro de esta inmovilidad desierta, reinaba un silencio absoluto, un silencio que destruiría todos los silencios existentes después de él. Un silencio equiparable a los sonidos del vacío. Una oscuridad semejante a la Nada.

Y dentro de esta oscuridad, esta inmovilidad, este silencio, había una Idea Primordial. Un Dios que se deslizaba en las aguas del océano tranquilo, cuya conciencia abarcaba el Infinito, que además le permitía conocer que era lo que debía acontecer en el curso del Mundo, es decir, para ella era claro el Destino del Mundo. Todo estaba dentro de su visión. Igualmente, la conciencia que tenía de sí mismo era Infinita. Su Origen y Destino era el movimiento. El movimiento es la chispa divina que encendió la vida.

Gucumatz, serpiente de plumas verdes, fue llamado por los antiguos.


III.


Detrás de la ventana, lluvia. Las blancas lágrimas ruedan, como en los ojos de los enamorados, siguiendo su curso. Puras lágrimas, cristalinas, gotas de lluvia en el cristal de Verano. ¡Ay! Movimiento. Detrás de ellas hay un origen preescrito, una naturaleza primordial, el curso de un Dios que se esconde en cada una de las pequeñas, su doble aparición se refleja en su corazón y en su camino. Aún sigues vivo, perenne, inmutable, a través de siglos, milenios, eras, hasta llegar a la eternidad. Fluyendo devienes, moviéndote creas….en medio de la oscuridad así fuiste....una llama inconstante, en el roce de unos amantes a la hora menos pensada, en las gotas que bajan rodando detrás de una ventana, en la lengua de los hombres, deslizándote interminablemente en medio de un fluido salado y primordial. Creación, abstracción, devenir interminable. La lengua, el habla, la palabra, nada existiría si no fuera por tu impulso antiguo, tu fuerza viviente. Pero aún antes de todo esto, aún antes de la palabra, estás en la idea, el pensamiento humano, fluyendo constante e indefinidamente, sin una pausa, con una respiración articulada, sonora, con un vacío rodeándote por todos lados, con miles de posibilidades luminosas en medio de la oscuridad, con un solo ser desdoblándose,
infundiéndose,
creándose

Dos poemas oníricos, Ana Lucía Ponce

El sueño del sueño

Soñar que sueño tu noche.
Vivir la noche que sueño.
Bajar el manto de luna
de tus misteriosos senos.
Emular la brizna de tu boca
con las calles del pensamiento.
Abrir el abismo de tus ojos
con la suavidad de un lamento.
Bajar la montaña de tu frente
y traer lo oculto del sueño…
Pero el sueño es el sueño del sueño
que no sueña.


La noche de tus ojos
me vigila en la niebla de mi soledad.
No estoy solo.
Siento tus pasos que son agua
deslizarse entre el angustioso campo
de la memoria.
Escucho tus palabras que son viento
golpear mis sentidos,
cual hoja indómita, trémula
que vive a través de tu palabra.




Tiempos de viento

… Y estos ojos de agua
que desnudan la tierra.
Y este tiempo de viento
que despierta la noche.
Y este sueño de nácar
necesita derroche.
Y estas aguas profundas
que acarician la muerte.
Y estas… estas caricias
que briznan tu rostro…
Y estos espectros de niebla
escondidos, muertos de sed,
atemorizan los sueños.
Y este péndulo de la memoria
llora la sordomuda tristeza de los locos.
Y esta descarnada vida
hace el esfuerzo de parir
y desintoxicarse de la droga
efímera de la nostalgia.
Y este murmullo que ansía mirarte,
con cada soplo,agoniza y resucita con la imagen del tiempo.

Mina de sol, Lucía García Espinosa de los Monteros

Soy un habitante de la nada.
Una estampa sin nadie.
Un paso al vacío,
Mi amor solo
En la voz solitaria.

Mi estrella se lanza en la noche
Al amparo del abismo,
Con la sola caricia de la caída
Que le desgarra los sueños.

¿Cómo llenar este cántaro que necesita al sol?
Las cosas son fragmentos del sol…
Pero tengo sed.


II.

Llévame al corazón de las tinieblas,
Al lecho de las mariposas
Que colgaron su perfume.
Déjame en las alturas de la noche,
Porque las cicatrices
Siguen sangrando
En búsqueda del sol…

III.

Estoy buscando en el desierto. Nadie responde a la urgencia de mi llamado… toque y toque la puerta y sólo el silencio…
Quien me busque tampoco me encontrará. Mi voz será vacío frente al suyo… un encierro de noches solas, una llamada sin nombre.
¿Quién sangra mi noche?
¿Quién conduce mis sueños?
No puedo ya terminar ésta pintura…

***
Abandono: campana antigua olvidada en cualquier lugar; violeta marcada en el vacío.
La neblina cubre la noche donde se extraviaron los rostros y el corazón decantó su derroche de sueños.
Un paraíso de caricias, eso fue lo que encontré en este mapa. Los trazos, latidos de espuma que no fueron a ese mar desconocido, sin piel, adonde un lago - corazón de tierra, botón de rosa- se quedó humedecido por mis manos….
Pero algo sucedió, las manos tuvieron que soltarse y entonces el aroma de la rosa se quedó en el aire. Su aroma me dá aliento de vida, y recuerdo las manos estrechas, botón de cielo, armadura de distancias, estructuras de un metal desconocido que sigo extrañando… y el olvido, un astilla clavada en mi carne.
Como un recuerdo que algún día también olvidé….

Recuerdo, no olvido, Roberto Brito

No puedo olvidar todavía
aquel día o aquella noche,
en que estuvimos bailando
en una pista, donde la ficha “es pan de cada día”..

Recuerdo tus pasos,
tus movimientos.
Recuerdo hasta los gestos que te adornaban esa noche.
Recuerdo claramente, cómo una lágrima resbalaba por la mejilla,
cuando te acomodabas el pelo, mientras yo tomaba por asalto tu cintura.

Recuerdo que la pista nos quedaba chica,
¿o es que nuestra emoción era muy grande?
Recuerdo que antes de tu llegada,
el salón se estaba cayendo (era un antro de “mala muerte”);
seguro era el estremecimiento que anunciaba tu llegada.

Recuerdo tus pantalones de mezclilla,
pero más recuerdo tu trasero,
que distraído apuntaba hacia mi vista
cuando, agachada, platicabas con alguien
de quien no quedó registro en mi mirada.

Recuerdo tu partida, cual vil Cenicienta
posmoderna.
El encanto se rompía
y yo, en la vil pendeja, me quedaba.

Recuerdo que ese día (o esa noche),
algo entre los dos nacía, y lo traigo bien prendido
en la bolsa de la camisa, para mirarlo cada noche.




IMÁGENES DE OMAR LEMUS EN ESTE NÚMERO