El funeral de Cleto
Fernando
Hernández
Almaraz
(Obra En dos actos, inspirada en la
canción del mismo nombre del compositor mexicano Chava
Flores)
Personajes:
Cleto: Viste ropa holgada,
sombrero de ala ancha,
es moreno y con un
bigote al estilo Pedro Infante.
El compadre Juancho, Viste de forma
similar
aunque su ropa está
más gastada y se nota la admiración
que siente por su
compadre Cleto.
Julián: Viste de manera
impecable, se ve que
nunca ha trabajado
en su vida, trae cadena y esclava
de oro, siempre lo
acompañan sus madrinas.
Madrinas: Dos sujetos mal encarados
que no
dicen ni pió, pero
que son capaces de matar a un
hombre a patadas.
Acto primero.
Época: Años cincuenta, centro de la
ciudad de
México; La escena se lleva a cabo en
una pulquería
de barrio llamada Cuatro Vientos, hay
varias barricas
de pulque de diferentes curados sobre
una
barra que se mira al fondo, así como un
molcajete
con salsa verde, chicharrón y varios
envoltorios de
tortillas, es la una de la tarde, hora
de la botana,
llega Cleto y se prepara unos tacos,
enseguida se
dirige a la barra para pedir su curado
de avena.
Observa entre los presentes si conoce
alguno.
Cleto.— Ese mi púas, écheme un
chamaquero
de avena con su respectiva canela.
Púas.— Sale mi Cleto, con este pulmón
le
van a salir rubios sus chilpayates.
Cleto.— Pues aunque salgan prietos, ya
ve
que mi mujer, no más no.
Púas.— Entonces pa’
qué
están los amigos...
Digo para que les cuente sus penas,
¿qué no?
Cleto.— O pa romperles el hocico por
habladores.
Púas.— No se caliente, ya sabe que se
le quiere
y se le respeta, es la puritita
costumbre.
Cleto.— Más le vale, oiga ¿y no ha
visto a mi
compadre, el Juancho?
Púas.— Por ahí andaba, mírelo viene de
orinar.
Cleto.— Mándanos una cubetita de avena,
que necesito platicar tendido con mi
compa,
traigo un pedo atravesado y sólo con
pulmón
resbala (se acerca a una
mesa diciéndole a su
compadre) se hubiera llevado
la mía, al fin que ya
la tiene bien vista.
Juancho.— No mamenace compadrito, (mientras
se sigue acomodando
la bragueta y sin dejar de
mirar a su compadre) pero siéntese en
lo que le
pido su curadito.
Cleto.— No se lleve, que luego llora
cuando
le mete uno sus cachetadas, además ya
pedí una
cubetita.
Juancho.— Y ora, de óndetrai dinero, no
me
diga que uñas señoras se lo prestaron,
si siempre
anda bien bruja. Ya nadie le presta.
Cleto.— Pues de eso quería hablarle.
Juancho.— No compa, dinero no tengo. Y
por cierto lo andaba buscando el Julián
con sus
madrinas, que ya se venció el plazo
para que le
pagara y que usted ni intereses ni
nada, que los
madrinas son muy desesperados y que no
han
hecho ejercicio. En fin que le avisara
si lo veía.
Cleto.— Y yo sin un clavo, oiga y
estaban
grandotes los madrinas, cree que me den
unas
cachetadas y me dejen ir.
Juancho.— Pues lo dudo, esos quieren su
lana
y si no ven como pero recuperan algo.
Cleto.— Pero qué compa, si no tengo
nada
de valor en mi casa, si hasta me
extrañó que me
prestara tan fácil.
Juancho.— Piense compa algo tendrá, y
quizá
sea algo a lo que ya no le da mucha
importancia,
pero que despierta las envidias de la
vecindad.
Cleto.— Hábleme derecho compa, usted
sabe
sobre lo que anda el Julián.
Juancho.— Pues no es el único, y alguno
ya
lo habrá conseguido, como usted se la
pasa en el
billar y no para en su casa hasta la
madruga, y
con estos fríos, pues todos necesitan
una cobija
que lo caliente, ¿qué no?.
Cleto.— Miré pinché compadre, mi
Luchita
es una santa.
Juancho.— Pues ni quien lo dudé, pero
el
hambre es canija y como usted se
desobliga, no
falta algún acomedido que se preocupe,
y la renta...
usted de plano ya se olvidó de todo, y
ella,
pues no es fea, tiene sus cositas bien
puestas.
Cleto.— Está hablando de mi vieja
compadre,
fíjese lo que dice, si quiere llegar
con dientes a
su casa.
Juancho.— Pues yo ya le dije, el Julián
también
le prestó a ella para la renta y la
comida,
y la verdad no creo que quiera cobrarle
a usted,
sino a la comadre y ya se imaginara
cómo. (hace
ademanes obscenos
con las manos)
Usted no es su
tipo compa.
Cleto.— Y yo caí redondito, que pendejo
y le
debo una lanota, ya me cargo la
huesuda. Si me
voy, pierdo a mi Luchita pero salvo la
vida, si me
quedo, pierdo a mi Luchita y me lleva
la calaca.
¿Qué hago compa?
Juancho.— Pues visto así, está cañón,
lleva
todas las de perder, y mire nada más lo
que faltaba,
ahí está el Julián y como que lo anda
buscando.
Cleto.— Viene para acá, que no me vea (agacha
la cabeza y se
cubre con el sombrero)
(entra Julián con sus dos madrinas muy
mal encarados
y se paran frente a
los compadres)
Julián.— Hombre, Cleto dichosos los
ojos,
hace días que no sé de ti, ¿no te me
andas escondiendo
verdad?, sabemos todos tus movimientos,
yo personalmente vigilo tu casa y por
ahí, le
echo un ojo a tu mujer, te la cuido y
por cierto
tú deberías hacer lo mismo, mujeres
como esas
no duran mucho tiempo solas, la
sensualidad se
adivina por debajo de esos trapos
gastados que
usa.
Cleto.— Andaba consiguiendo tu dinero,
pero mañana a las doce del día te lo
tengo sin
falta.
Julián.— Y yo que pensaba que no
tenías,
tantas ilusiones que me había hecho de
que no
me pagarás, pero voy a confiar en ti,
por el aprecio
tan grande que siento por tu esposa, (se lame
los bigotes y entre
cierra los ojos)
ya que sería muy
triste que se quedará viuda tan joven y
tan chula
la condenada, pero si no me pagas yo
mismo me
encargo de hacerla viuda... y feliz
nuevamente,
tienes hasta mañana no se te olvide.
Cleto.— Ahora sí compa soy hombre
muerto
y cornudo.
Juancho.— A menos que te murieras antes
de
que te asesinaran y te mancornaran.
Cleto.— No estoy para bromas compadre.
Juancho.— Oye y si fingimos tu muerte,
velorio,
café, cajón y toda la cosa, igual y
hasta sacamos
una lana para que te escapes con tu
vieja
y evites la cornamenta, ya ves que los
vecinos
son retepiadosos.
Cleto.— No es tan mala la idea, pues ya
rugiste,
vamos preparándolo todo, tengo que
estar
muerto antes de las doce del día de
mañana.
Segundo acto.
La escena se desarrolla en una vecindad
del centro
histórico, hay una escalera al centro y
alrededor
del patio, entradas para los distintos
cuartos,
así como innumerables tendederos y
cables
de luz, el cuarto de Cleto está a un
lado de la
escalera, es un cuarto muy pequeño que
sirve de
cocina, sala, comedor y recámara, sin
embargo
sólo hay una cama, una mesa, dos sillas
y una
pequeña parrilla eléctrica sobre una
mesa más
pequeña y algunas cacerolas muy viejas,
cucharas
y jarros.
El compadre Juancho junto con un médico
que tiene toda la pinta de alcohólico y
transa,
dan la noticia de su repentina muerte a
Doña
Luchita la mujer de Cleto, que viste
ropa bastante
gastada, está despeinada con huaraches
y delantal y sin embargo se nota su
belleza y
sensualidad; acaba de bajar de la
azotea con un
montón de ropa. Al entrar a su casa
descubre a
Cleto tendido en la cama haciéndose el
muerto
Doña Luchita.— Noooo, era tan bueno,
haragán
y jugador pero de buenos sentimientos.
DR.— Ya , ya, no es para tanto, de un
coraje
se le enfrió, ¿qué poco aguante?.
Doña Luchita.— No me dejes sola llévame
contigo, ¿qué voy hacer sin ti?.
Juancho.— Resignación comadre, yo la
apoyare
en lo que pueda
Doña Luchita.— Pero por qué tan joven,
!ay
me desmayo¡.
(parece que va a
caer pero Juancho la sostiene, se
recupera pero no la
suelta)
Juancho.— No somos nada comadrita...
lástima,
pobrecito compadre (mientras le dice
esto
le acaricia la
espalda y deja caer descuidadamente,
la mano en la
cadera)
puede llorar en mi hombro
comadrita
(Cleto que lo mira desde la cama le hace
señas
para que la suelte)
DR.— Ahí está el acta de defunción, cualquier
duda me avisan (sale el doctor con
su maletín
tarareando una
canción) “no
estaba muerto andaba
de parranda”...
Juancho.— Pos ni modo comadrita hay que
comenzar a pasar el plato con los
vecinos, para
ver si juntamos pal cajón, las velas y
el café.
Doña luchita.— Hágase cargo usted
compa,
yo aquí con las vecinas arreglamos el
patio
para velarlo (doña luchita junto
con otras vecinas
y vecinos barren
quitan tendederos y ponen el cajón
en el centro del
patio, con sus cirios y mesas alrededor)
Juancho.— Se juntó una lana comadrita,
pero para el panteón, las flores y la
comida de
mañana, pues no alcanza, además falta
el alcoholito
de la noche, para aguantar el frió,
¿que
no?, se me estaba ocurriendo, porque no
le pide
al Julián, igual y la saca del apuro.
Doña Luchita.— Ay, no compadre qué
pensarían
de mi los vecinos, me da pena, ya le
debo
unos favores, no vaya a quererse cobrar
después
y yo sola, ¿cómo me enfrento a la
adversidad?,
podría caer al arrollo, ¡aunque si no
queda otro
remedio me sacrificare¡.
Juancho.— Así se habla ya verá qué
despedida
le vamos a dar a mi compadre.
(La gente va llegando, se llenan las
sillas y se
comienza a rezar,
sirven café con piquete, terminan
los rezos y el café
sigue circulando, se escucha una
voz aguardentosa
que dice: “ya pasa la botella no te
quedes con ella”,
pasa la botella de mano en mano al
terminarse un
parroquiano dice).
Vecino.— (Volteando hacia
abajo la botella)
Murió, murió, murió.
Juancho.— (Ya bastante
Borracho) y
de qué
murió mi pobrecito compadre.
Doña Luchita.— Pues murió de fiebre
amarilla
compadrito,
Juancho.— Bonito color eh, bonito
color.
Vecino.— Ustedes saben qué le faltó al
difunto
(levantando su vaso) ¡salud!.
Vecina.— ¿Saben cuál es el colmo de un
cojo?
Vecinos.— Nooo.
Vecino.— Que tarde o temprano va a
estirar
la pata.
Vecino.— ¿Y qué es lo que entra parado,
sale
mojado y oliendo a pescado?.
Vecinos.— ¿Qué es?
Vecino.— El anzuelo.
Vecino.— Y no es lo mismo la papaya
tapatía,
que tápate la papaya tía.
Vecino.— Cómo tampoco es lo mismo. La
cómoda
de tu hermana que acomódame a tu
hermana
(están en el relajo
cuando de pronto descubren
que un cirio se
cayó y el cajón comienza a encenderse.
Se arma un gran
alboroto para apagarlo)
Doña Luchita.— Otra ronda de café bien
cargado
pal susto.
Vecinos.— Tres vivas para la viuda
doliente:
Doña Lucha, Doña Lucha “rarara”. (Se escuchan
aplausos, la viuda
los tranquiliza y dice).
Doña Luchita.— Gracias hip, como prueba
de agradecimiento por el afecto
mostrado hip y
como anfitriona de esta inesperada
reunión los
invito a que sigan disfrutando de la
compañía de
mi difunto marido, motivo por el cual
estamos
tan contentos hip. He dicho.
Vecinos.— Viva Doña Lucha, viva Don
Cleto,
vivan los cafés con piquete.
(Sacan la baraja y comienzan a jugar a
la carta
más alta, primero
apuestan tragos directos de la botella
uno o dos tiene que
dar el que pierda)
Doña Luchita.— La baraja debe jugarse
con
apuesta o no tiene chiste.
Julián.— Y cómo qué quiere apostar
Luchita.
Doña Luchita.— Dinero no tengo, pero
¿usted
confía en mí? o ¿no?
Julián.— Su palabra vale para mi tanto
como los billetes Luchita no faltaba más.
Doña Luchita.— Usted me prestó pal
cajón, yo se lo voy a pagar, así que le apuesto el cajón,
acepta.
Julián.— Claro que acepto, vamos a
jugarlo a la carta más grande una sola tirada, ¿de acuerdo?
Doña Luchita.— De acuerdo, pero yo doy.
Julián.— Va.
(Doña Luchita barajea las cartas con
nerviosismo, por fin da)
Doña Luchita.— que tiene.
Julián.— Un rey ¿y usted?
Doña Luchita.— (voltea la carta muy
despacio)
una sota. Ni hablar el cajón es suyo, pero déjeme
reponer, va mi marido, sin cajón pues
como lo entierro.
Julián.— Va pero yo no quiero el cuerpo
de su marido, si gano me la llevo a usted y a su marido
lo enterramos, para que no ande
penando, que dice.
Doña Luchita.— (meditando un
momento, duda pero se decide después de reflexionar) Lo haré, de las
dos formas salgo perdiendo, pero cuando
menos mi marido dormirá en campo santo. Pero ahora
barajé usted.
Julián.— Qué no se diga que me rajo (Mira lujurioso a
Luchita, se lame los bigotes y da las cartas)
qué tiene.
Doña Luchita (voltea la carta
temblando)
otra sota.
Julián.— Otro rey, servida señora, y
con su permiso amable concurrencia el velorio se acabó,
(toma a la viuda de la cintura la carga
y sale del escenario).
El muerto al pozo y el vivo al gozo.
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