martes, 15 de mayo de 2012


El funeral de Cleto

Fernando Hernández Almaraz



(Obra En dos actos, inspirada en la canción del mismo nombre del compositor mexicano Chava

Flores)



Personajes:

Cleto: Viste ropa holgada, sombrero de ala ancha,

es moreno y con un bigote al estilo Pedro Infante.

El compadre Juancho, Viste de forma similar

aunque su ropa está más gastada y se nota la admiración

que siente por su compadre Cleto.

Julián: Viste de manera impecable, se ve que

nunca ha trabajado en su vida, trae cadena y esclava

de oro, siempre lo acompañan sus madrinas.

Madrinas: Dos sujetos mal encarados que no

dicen ni pió, pero que son capaces de matar a un

hombre a patadas.



Acto primero.



Época: Años cincuenta, centro de la ciudad de

México; La escena se lleva a cabo en una pulquería

de barrio llamada Cuatro Vientos, hay varias barricas

de pulque de diferentes curados sobre una

barra que se mira al fondo, así como un molcajete

con salsa verde, chicharrón y varios envoltorios de

tortillas, es la una de la tarde, hora de la botana,

llega Cleto y se prepara unos tacos, enseguida se

dirige a la barra para pedir su curado de avena.

Observa entre los presentes si conoce alguno.

Cleto.— Ese mi púas, écheme un chamaquero

de avena con su respectiva canela.

Púas.— Sale mi Cleto, con este pulmón le

van a salir rubios sus chilpayates.

Cleto.— Pues aunque salgan prietos, ya ve

que mi mujer, no más no.

Púas.— Entonces paqué están los amigos...

Digo para que les cuente sus penas, ¿qué no?

Cleto.— O pa romperles el hocico por habladores.

Púas.— No se caliente, ya sabe que se le quiere

y se le respeta, es la puritita costumbre.

Cleto.— Más le vale, oiga ¿y no ha visto a mi

compadre, el Juancho?

Púas.— Por ahí andaba, mírelo viene de orinar.

Cleto.— Mándanos una cubetita de avena,

que necesito platicar tendido con mi compa,

traigo un pedo atravesado y sólo con pulmón

resbala (se acerca a una mesa diciéndole a su

compadre) se hubiera llevado la mía, al fin que ya

la tiene bien vista.

Juancho.— No mamenace compadrito, (mientras

se sigue acomodando la bragueta y sin dejar de

mirar a su compadre) pero siéntese en lo que le

pido su curadito.

Cleto.— No se lleve, que luego llora cuando

le mete uno sus cachetadas, además ya pedí una

cubetita.

Juancho.— Y ora, de óndetrai dinero, no me

diga que uñas señoras se lo prestaron, si siempre

anda bien bruja. Ya nadie le presta.

Cleto.— Pues de eso quería hablarle.

Juancho.— No compa, dinero no tengo. Y

por cierto lo andaba buscando el Julián con sus

madrinas, que ya se venció el plazo para que le

pagara y que usted ni intereses ni nada, que los

madrinas son muy desesperados y que no han

hecho ejercicio. En fin que le avisara si lo veía.

Cleto.— Y yo sin un clavo, oiga y estaban

grandotes los madrinas, cree que me den unas

cachetadas y me dejen ir.

Juancho.— Pues lo dudo, esos quieren su lana

y si no ven como pero recuperan algo.

Cleto.— Pero qué compa, si no tengo nada

de valor en mi casa, si hasta me extrañó que me

prestara tan fácil.

Juancho.— Piense compa algo tendrá, y quizá

sea algo a lo que ya no le da mucha importancia,

pero que despierta las envidias de la vecindad.

Cleto.— Hábleme derecho compa, usted sabe

sobre lo que anda el Julián.

Juancho.— Pues no es el único, y alguno ya

lo habrá conseguido, como usted se la pasa en el

billar y no para en su casa hasta la madruga, y

con estos fríos, pues todos necesitan una cobija

que lo caliente, ¿qué no?.

Cleto.— Miré pinché compadre, mi Luchita

es una santa.

Juancho.— Pues ni quien lo dudé, pero el

hambre es canija y como usted se desobliga, no

falta algún acomedido que se preocupe, y la renta...

usted de plano ya se olvidó de todo, y ella,

pues no es fea, tiene sus cositas bien puestas.

Cleto.— Está hablando de mi vieja compadre,

fíjese lo que dice, si quiere llegar con dientes a

su casa.

Juancho.— Pues yo ya le dije, el Julián también

le prestó a ella para la renta y la comida,

y la verdad no creo que quiera cobrarle a usted,

sino a la comadre y ya se imaginara cómo. (hace

ademanes obscenos con las manos) Usted no es su

tipo compa.

Cleto.— Y yo caí redondito, que pendejo y le

debo una lanota, ya me cargo la huesuda. Si me

voy, pierdo a mi Luchita pero salvo la vida, si me

quedo, pierdo a mi Luchita y me lleva la calaca.

¿Qué hago compa?

Juancho.— Pues visto así, está cañón, lleva

todas las de perder, y mire nada más lo que faltaba,

ahí está el Julián y como que lo anda buscando.

Cleto.— Viene para acá, que no me vea (agacha

la cabeza y se cubre con el sombrero)

(entra Julián con sus dos madrinas muy mal encarados

y se paran frente a los compadres)

Julián.— Hombre, Cleto dichosos los ojos,

hace días que no sé de ti, ¿no te me andas escondiendo

verdad?, sabemos todos tus movimientos,

yo personalmente vigilo tu casa y por ahí, le

echo un ojo a tu mujer, te la cuido y por cierto

tú deberías hacer lo mismo, mujeres como esas

no duran mucho tiempo solas, la sensualidad se

adivina por debajo de esos trapos gastados que

usa.

Cleto.— Andaba consiguiendo tu dinero,

pero mañana a las doce del día te lo tengo sin

falta.

Julián.— Y yo que pensaba que no tenías,

tantas ilusiones que me había hecho de que no

me pagarás, pero voy a confiar en ti, por el aprecio

tan grande que siento por tu esposa, (se lame

los bigotes y entre cierra los ojos) ya que sería muy

triste que se quedará viuda tan joven y tan chula

la condenada, pero si no me pagas yo mismo me

encargo de hacerla viuda... y feliz nuevamente,

tienes hasta mañana no se te olvide.

Cleto.— Ahora sí compa soy hombre muerto

y cornudo.

Juancho.— A menos que te murieras antes de

que te asesinaran y te mancornaran.

Cleto.— No estoy para bromas compadre.

Juancho.— Oye y si fingimos tu muerte, velorio,

café, cajón y toda la cosa, igual y hasta sacamos

una lana para que te escapes con tu vieja

y evites la cornamenta, ya ves que los vecinos

son retepiadosos.

Cleto.— No es tan mala la idea, pues ya rugiste,

vamos preparándolo todo, tengo que estar

muerto antes de las doce del día de mañana.



Segundo acto.



La escena se desarrolla en una vecindad del centro

histórico, hay una escalera al centro y alrededor

del patio, entradas para los distintos cuartos,

así como innumerables tendederos y cables

de luz, el cuarto de Cleto está a un lado de la

escalera, es un cuarto muy pequeño que sirve de

cocina, sala, comedor y recámara, sin embargo

sólo hay una cama, una mesa, dos sillas y una

pequeña parrilla eléctrica sobre una mesa más

pequeña y algunas cacerolas muy viejas, cucharas

y jarros.

El compadre Juancho junto con un médico

que tiene toda la pinta de alcohólico y transa,

dan la noticia de su repentina muerte a Doña

Luchita la mujer de Cleto, que viste ropa bastante

gastada, está despeinada con huaraches

y delantal y sin embargo se nota su belleza y

sensualidad; acaba de bajar de la azotea con un

montón de ropa. Al entrar a su casa descubre a

Cleto tendido en la cama haciéndose el muerto

Doña Luchita.— Noooo, era tan bueno, haragán

y jugador pero de buenos sentimientos.

DR.— Ya , ya, no es para tanto, de un coraje

se le enfrió, ¿qué poco aguante?.

Doña Luchita.— No me dejes sola llévame

contigo, ¿qué voy hacer sin ti?.

Juancho.— Resignación comadre, yo la apoyare

en lo que pueda

Doña Luchita.— Pero por qué tan joven, !ay

me desmayo¡.

(parece que va a caer pero Juancho la sostiene, se

recupera pero no la suelta)

Juancho.— No somos nada comadrita... lástima,

pobrecito compadre (mientras le dice esto

le acaricia la espalda y deja caer descuidadamente,

la mano en la cadera) puede llorar en mi hombro

comadrita

(Cleto que lo mira desde la cama le hace señas

para que la suelte)

DR.— Ahí está el acta de defunción, cualquier

duda me avisan (sale el doctor con su maletín

tarareando una canción) “no estaba muerto andaba

de parranda”...

Juancho.— Pos ni modo comadrita hay que

comenzar a pasar el plato con los vecinos, para

ver si juntamos pal cajón, las velas y el café.

Doña luchita.— Hágase cargo usted compa,

yo aquí con las vecinas arreglamos el patio

para velarlo (doña luchita junto con otras vecinas

y vecinos barren quitan tendederos y ponen el cajón

en el centro del patio, con sus cirios y mesas alrededor)

Juancho.— Se juntó una lana comadrita,

pero para el panteón, las flores y la comida de

mañana, pues no alcanza, además falta el alcoholito

de la noche, para aguantar el frió, ¿que

no?, se me estaba ocurriendo, porque no le pide

al Julián, igual y la saca del apuro.

Doña Luchita.— Ay, no compadre qué pensarían

de mi los vecinos, me da pena, ya le debo

unos favores, no vaya a quererse cobrar después

y yo sola, ¿cómo me enfrento a la adversidad?,

podría caer al arrollo, ¡aunque si no queda otro

remedio me sacrificare¡.

Juancho.— Así se habla ya verá qué despedida

le vamos a dar a mi compadre.

(La gente va llegando, se llenan las sillas y se

comienza a rezar, sirven café con piquete, terminan

los rezos y el café sigue circulando, se escucha una

voz aguardentosa que dice: “ya pasa la botella no te

quedes con ella”, pasa la botella de mano en mano al

terminarse un parroquiano dice).

Vecino.— (Volteando hacia abajo la botella)

Murió, murió, murió.

Juancho.— (Ya bastante Borracho) y de qué

murió mi pobrecito compadre.

Doña Luchita.— Pues murió de fiebre amarilla

compadrito,

Juancho.— Bonito color eh, bonito color.

Vecino.— Ustedes saben qué le faltó al difunto

(levantando su vaso) ¡salud!.

Vecina.— ¿Saben cuál es el colmo de un cojo?

Vecinos.— Nooo.

Vecino.— Que tarde o temprano va a estirar

la pata.

Vecino.— ¿Y qué es lo que entra parado, sale

mojado y oliendo a pescado?.

Vecinos.— ¿Qué es?

Vecino.— El anzuelo.

Vecino.— Y no es lo mismo la papaya tapatía,

que tápate la papaya tía.

Vecino.— Cómo tampoco es lo mismo. La cómoda

de tu hermana que acomódame a tu hermana

(están en el relajo cuando de pronto descubren

que un cirio se cayó y el cajón comienza a encenderse.

Se arma un gran alboroto para apagarlo)

Doña Luchita.— Otra ronda de café bien cargado

pal susto.

Vecinos.— Tres vivas para la viuda doliente:

Doña Lucha, Doña Lucha “rarara”. (Se escuchan

aplausos, la viuda los tranquiliza y dice).

Doña Luchita.— Gracias hip, como prueba

de agradecimiento por el afecto mostrado hip y

como anfitriona de esta inesperada reunión los

invito a que sigan disfrutando de la compañía de

mi difunto marido, motivo por el cual estamos

tan contentos hip. He dicho.

Vecinos.— Viva Doña Lucha, viva Don Cleto,

vivan los cafés con piquete.

(Sacan la baraja y comienzan a jugar a la carta

más alta, primero apuestan tragos directos de la botella

uno o dos tiene que dar el que pierda)

Doña Luchita.— La baraja debe jugarse con

apuesta o no tiene chiste.

Julián.— Y cómo qué quiere apostar Luchita.

Doña Luchita.— Dinero no tengo, pero ¿usted

confía en mí? o ¿no?

Julián.— Su palabra vale para mi tanto como los billetes Luchita no faltaba más.

Doña Luchita.— Usted me prestó pal cajón, yo se lo voy a pagar, así que le apuesto el cajón,

acepta.

Julián.— Claro que acepto, vamos a jugarlo a la carta más grande una sola tirada, ¿de acuerdo?

Doña Luchita.— De acuerdo, pero yo doy.

Julián.— Va.

(Doña Luchita barajea las cartas con nerviosismo, por fin da)

Doña Luchita.— que tiene.

Julián.— Un rey ¿y usted?

Doña Luchita.— (voltea la carta muy despacio) una sota. Ni hablar el cajón es suyo, pero déjeme

reponer, va mi marido, sin cajón pues como lo entierro.

Julián.— Va pero yo no quiero el cuerpo de su marido, si gano me la llevo a usted y a su marido

lo enterramos, para que no ande penando, que dice.

Doña Luchita.— (meditando un momento, duda pero se decide después de reflexionar) Lo haré, de las

dos formas salgo perdiendo, pero cuando menos mi marido dormirá en campo santo. Pero ahora

barajé usted.

Julián.— Qué no se diga que me rajo (Mira lujurioso a Luchita, se lame los bigotes y da las cartas)

qué tiene.

Doña Luchita (voltea la carta temblando) otra sota.

Julián.— Otro rey, servida señora, y con su permiso amable concurrencia el velorio se acabó,

(toma a la viuda de la cintura la carga y sale del escenario).

El muerto al pozo y el vivo al gozo.

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